Egipto. Arte primitivo de Occidente
EL PAÍS presenta mañana, sábado, por 9,95 euros, el tercer volumen de la Historia del Arte
"Egipto es un regalo del Nilo", escribió Herodoto, el primer viajero que narró la historia de aquella tierra en el siglo V antes de Cristo, sorprendido por las maravillas que pudo contemplar, como surgidas de la nada en un desierto regado por las aguas del río que adoraron los faraones. El tercer volumen de la Historia del Arte, Egipto. Arte primitivo de Occidente, es un recorrido por las maravillas de una cultura verdaderamente asombrosa.
Durante cerca de 3.000 años, los egipcios levantaron pirámides para enterrar a sus muertos y templos para honrar a sus dioses, y crearon un arte en el que la geometría y la observación de la Naturaleza se convirtió en su principal referente. Esa precisión la trasladaron no sólo a las grandes esculturas de sus faraones, sino a las modestas representaciones de la vida cotidiana que acompañaban a sus señores en el viaje a la otra vida. Los modelos o maquetas, diminutos retablos de oficios trabajados en madera coloreada (lavanderas, panaderos, granjeros...) que se conservan en el Museo de El Cairo y en el Metropolitan de Nueva York, han dejado el mejor retrato de cómo era aquella sociedad agrícola que vivía en casas de adobe y que supo crear el arte más exquisito para rendir culto a sus divinidades. Para ellos lo importante no era la belleza, sino la perfección, representar la realidad de la forma más clara y permanente posible.
El estilo egipcio era en realidad un conjunto de leyes estrictas que cada artista tuvo que aprender en su más temprana juventud. Así, por ejemplo, las estatuas sedentes debían tener las manos apoyadas en las rodillas y los hombres tenían que ser pintados mucho más morenos que las mujeres. Las obras debían de estar siempre realizadas de forma correcta. Y esa forma se percibe sobre todo en las obras en dos dimensiones, en los relieves y en las pinturas. Como la cabeza se veía mucho más fácilmente de perfil, la dibujaron de lado. Los hombros y el tronco los perfilaban de frente para destacar los brazos; éstos y las piernas, de perfil, con manos y pies idénticos. Los artistas egipcios tenían sobre todo dificultades para representar los dedos de los pies y lo hacían con el dedo gordo hacia fuera. No será hasta el Imperio Nuevo cuando se empiece a distinguir la mano derecha de la izquierda. La representación de cada divinidad se ajustaba a unas leyes férreas: Horus, el dios-sol, debía aparecer como un halcón; Anubis, el dios de la muerte, como un chacal. Y así, en este punto de precisión, acababa la invención del artista. Por eso mismo el arte egipcio presenta una uniformidad notable.
Pero hubo un hombre que rompió con tales ataduras artísticas y de costumbres: Amenofis IV. Faraón de la XVIII dinastía, acabó con la proliferación de divinidades e introdujo el culto a un solo dios, Atón, al que representó en forma de disco solar. Para evitar las revueltas y manejos de los sacerdotes, trasladó la corte de Menfis a El-Amarna, cerca de la actual Luxor, y se hizo llamar Akhenatón. El escultor más famoso de esta etapa, Tutmés, talló en su taller la escultura más célebre del Antiguo Egipto, el busto pintado de Nefertiti, la esposa de Akhenatón, hoy en el Museo Egipcio de Berlín.
Al remontar el curso del río Nilo, los faraones de las sucesivas dinastías adquieren nuevas costumbres. Las pirámides donde se les enterraría ya no se levantaban en mitad de la llanura, sino que se transformarían en las tumbas excavadas en las grietas de la montaña del Valle de los Reyes, junto a Tebas. Los templos se transformaron en monumentales construcciones, como el de Amón, en Karnak, con su impresionante sala hipóstila (134 columnas de 15 metros de diámetro cada una), y las colosales estatuas de Ramsés II. El ocaso del arte egipcio llega con la dominación extranjera. Empieza con el periodo de gobierno nubio y termina con los soberanos egipcios-griegos descendientes de Ptolomeo, uno de los generales de Alejandro Magno. Lo más notable del arte de las últimas dinastías fue la aportación de nuevos procedimientos técnicos que conducirían a la producción de estatuas de bronce de gran tamaño y esculturas en piedras duras, difíciles de labrar y de pulir, que dieron un resultado final espectacular.
Babelia
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