_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Expectación ante Moncloa

Vamos de oca en oca, de conmemoración en conmemoración y de aniversario en aniversario. Ora sostenidos por Sociedades Estatales ora por otros benefactores y repetimos con el poeta Jaime Gil de Biedma aquello de que "ahora de casi todo hace más de 20 años". El caso es que la misma expresión utilizada para titular esta columna -Expectación ante Moncloa- servía al diario Ya para presentar a toda página la noticia de la dimisión, con carácter irrevocable, de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Una noticia que saltaba a los teletipos de las agencias de prensa el 29 de enero de 1981. De ella informaba el periódico del día siguiente dando cuenta de cómo a la entrada del palacio se habían reunido a primeras horas de la tarde los informadores, deseosos de pulsar las opiniones de los ministros convocados al Consejo con carácter de urgencia.

Dijo Adolfo Suárez en una alocución televisada aquel mismo día que su empeño era evitar que la democracia se convirtiera en un breve paréntesis en la historia de España. Por eso ofrecía su dimisión como un servicio al país para rebajar la temperatura ambiente próxima a la incandescencia. Sabemos que el texto leído por el dimisionario ante las cámaras llevaba la impronta de Josep Meliá, secretario de Estado de Comunicación, y considerado entonces uno de los más íntimos colaboradores del presidente. Enseguida algunos de los órganos periodísticos más autorizados se alzaron para reclamar de Suárez una explicación auténtica de su retirada de la presidencia. Desde aquella fecha la han considerado siempre pendiente, pero hace ya tiempo que el protagonista quedó por su enfermedad invalidado para facilitarla.

Otra cosa es que si se repasara con atención la prensa, al menos desde octubre de 1980 en adelante, se concluiría que lo inexplicable era más bien el increíble aguante de Suárez. El asombro debería haber surgido de la capacidad de resistencia mostrada para no presentar la dimisión hasta esa fecha de finales de enero, para haber seguido, impasible el ademán, atado a su puesto de presidente mientras caía sobre él el diluvio de la infamia universal. Porque aunque ahora se olvide se había concertado por algunos medios periodísticos una campaña implacable de acoso y derribo para terminar con Suárez, una campaña basada en ese todo vale, dispositivo que volvió a ser activado años después para aniquilar, por ejemplo, a Felipe González.

Nadie discute que en democracia los medios de comunicación deban ser inclementes con el poder, con los poderes. Tampoco, que la crítica sea básica para que las libertades se mantengan en plena vigencia sin erosiones. Pero reconózcase también que la manera en que fue criticado Adolfo Suárez, a partir de la moción de censura de mayo de 1980, fue desestabilizadora para la democracia, como enseguida se echó de ver el 23 de febrero de 1981. Porque sus promotores civiles y militares sólo se lanzaron al golpe una vez que, a la vista del paisaje político, se creyeron autorizados para intentarlo. Desde luego Suárez ofrecía carencias como líder de la singularísima hueste de la Unión de Centro Democrático con aquellos democristianos y liberales expertos en las artes cainitas.

Pero además en las filas periodísticas, sobre todo madrileñas, habían surgido entre tanto algunos alumnos aventajados de William R. Hearst, implacables en la explotación de cualquier situación política si avizoraban que esa actitud pudiera redundar en el incremento de las ventas. Porque, sin duda, la operación mediática de acoso y derribo de Adolfo Suárez hizo multiplicar la tirada de algún diario, fue un magnífico negocio periodístico y encumbró a la notoriedad a determinados profesionales de los medios de comunicación, mientras nos acercaban a todos al abismo que acabó sobreviniendo, y casi nos terminaban poniendo a todos a los pies de Tejero y sus secuaces. Imprescindible pues, leer la biografía del magnate americano, escrita por David Nasaw y editada por Tusquets, para verificar hasta qué punto alguno de sus epígonos españoles se ha convertido en un maestro del arte de mantener con vida las exclusivas, de protagonizar las noticias y de manejar el acoso y la culpabilidad por asociación. Continuará.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_