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La quimera del poder del gas de Rusia

Joseph S. Nye

Rusia empezó 2006 interrumpiendo las exportaciones de gas natural a Ucrania después de que el Gobierno de este país se negara a pagar una subida que multiplicaba por cuatro el precio subvencionado. La crisis de Ucrania, muchas de cuyas industrias de la era soviética dependen del barato gas ruso, pronto se extendió a Europa, que consume el 80% de las exportaciones rusas de gas, cuando Ucrania empezó a desviar gas del gasoducto que cruza su territorio. Resulta irónico que 2006 sea también el año en que Rusia asume la presidencia del Grupo de los Ocho, los países más industrializados, cuya reunión está prevista para esta primavera en Moscú. El inverosímil tema elegido por el presidente ruso Vladímir Putin es la seguridad energética.

Aunque ya no sea una superpotencia global, las inmensas reservas de petróleo y gas de Rusia la convierten en una superpotencia energética, y Putin parece decidido a jugar esa baza. El petróleo aporta algo menos de poder económico que el gas, porque es un bien fungible, y las interrupciones del suministro pueden subsanarse comprándolo en los mercados mundiales. Pero el gas resulta caro de transportar, ya que depende de costosos gasoductos o de instalaciones de licuefacción que no pueden ser sustituidas rápidamente cuando los flujos se interrumpen. El gas supone una tentadora forma de influencia, y Rusia ya la ha empleado contra Georgia, Letonia, Lituania y Moldavia. Pero cuando Gazprom, el monopolio estatal ruso del gas, obedeció las instrucciones de Putin de cortar la espita del suministro a Ucrania, Rusia estaba cruzando un nuevo umbral.

A primera vista, esto parece un caso clásico de un país grande acosando a un país pequeño para lograr su sumisión. Como decía Tucídides en su Historia de la guerra del Peloponeso, "los fuertes hacen lo que quieren y los débiles sufren como deben". Rusia había apoyado al bando perdedor en la revolución naranja de hace un año, y era hora de tomarse la revancha.

Pero resulta que Putin calculó mal. Subestimó no sólo la fuerza de Ucrania como conducto principal de las exportaciones de gas ruso a Europa, sino también la influencia de Europa como consumidor principal del gas ruso. Y, de paso, dañó la reputación de Rusia como abastecedor fiable de gas natural. La consecuencia fue un acuerdo improvisado rápidamente en el que tanto Rusia como Ucrania cedían terreno en cuestión de precios, y una oscura compañía con sede en Suiza, medio controlada por Gazprom, incluía el suministro de gas barato procedente de Turkmenistán en la ecuación. Algunos analistas, al igual que el ex primer ministro de Ucrania Yuliya Tymoshenko, lanzaban acusaciones de corrupción contra la compañía RosUrkEnergo.

Pero, dejando a un lado las acusaciones de corrupción, este resultado indica que el gas no es una fuente tan fácil de poder económico duro como podría parecer a primera vista. Algunos economistas sostienen que hay poco poder en unas relaciones en las que los compradores y los vendedores consienten en un precio que vacía el mercado. Sin embargo, en casos en los que compradores y vendedores no dependen por igual de la relación, la mayor vulnerabilidad de la parte más dependiente puede utilizarse como fuente de poder coercitivo por la parte menos dependiente. Rusia creyó que era menos dependiente que Ucrania, y decidió ejercer ese poder. Pero una cosa es tener la mano más poderosa en una partida que sólo se juega una vez; si la partida va a prolongarse indefinidamente, uno ha de mantener la confianza de los demás jugadores.

En otras palabras, la sombra del futuro insinúa que la mejor estrategia es la moderación. Rusia descubrió rápidamente que sus amenazas contra Ucrania eran demasiado onerosas para su reputación como proveedor fiable de Europa. Considerando la situación en este contexto europeo más amplio, había más simetría en la relación energética entre Rusia y Ucrania de lo que parecían indicar a primera vista las cifras desnudas de la dependencia energética.

¿En qué estado deja todo esto a la seguridad energética de Europa? El ministro de Economía alemán, Michael Glos, ha declarado que la cuestionable fiabilidad rusa significa que ha llegado el momento de explorar otras fuentes de energía. Eso no será fácil. El gas supone casi una cuarta parte de la energía europea, comparado con el 14% que supone la energía nuclear. Incluso si los gobiernos vuelven a pensarse la prohibición de construir nuevas plantas nucleares, aceleran el desarrollo de la energía eólica y de los paneles solares, y buscan nuevas fuentes de gas natural, Europa seguirá dependiendo del gas ruso durante más de una década.

Al mismo tiempo, Alemania, como mayor consumidor de gas ruso de Europa, ha basado sus esperanzas de seguridad energética en el desarrollo de una rica red de vínculos económicos con Rusia. El ex canciller Gerhard Schröder incluso se convirtió en presidente de un consorcio ruso-germano para construir un nuevo gasoducto de Rusia a Alemania. Pero, como indica el episodio ucraniano, los gasoductos dedicados a un solo país pueden ser menos fiables que aquellos que transcurren por diversos países.

Si Rusia pretende darse importancia, será mejor que cuente con aliados entre los afectados. La clave de la seguridad energética está en la diversidad, tanto de los gasoductos como de los proveedores. Los vecinos pequeños sin opciones sufrirán, pero puede que Europa, no. Al final, la próxima década estará marcada por un delicado equilibrio en el que Europa seguirá dependiendo del gas ruso, pero la necesidad de Rusia de los ingresos de la exportación también la obligará a depender de Europa. La lección que enseña el episodio de Ucrania es ésta: aunque Rusia no sea la potencia energética que podría parecer, Europa haría bien en empezar a diversificar sus relaciones energéticas.

Joseph S. Nye es catedrático en la Escuela de Gobierno Kennedy de la Universidad de Harvard. Su último libro es The Power Game: A Washington Novel (El juego de poder: una novela de Washington). Traducción de News Clips. © Project Syndicate, 2006.

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