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HISTORIA DEL ARTE
Columna
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Mil palabras

"Una imagen vale más que mil palabras", afirma el proverbio popular, el cual puede, por tanto, ser tomado como una buena justificación del arte pero nunca contra el discurso hablado o escrito, que es otra forma de relacionarse con lo real. En todo caso, con las imágenes artísticas, pero también con las formas y los colores en general, el hombre introduce una nueva perspectiva para explicarse y explicar el mundo que es diferente a la racional-conceptual de las palabras. Es cierto que lo que históricamente llamamos arte como expresión de la belleza es un invento de los griegos, luego ampliamente desarrollado en la cultura occidental, pero no ha habido desde la prehistoria hasta la actualidad ninguna civilización o núcleo humano social que no haya creado, con la intención que se quiera, objetos, formas o signos que hoy no tenemos otra forma de reconocer o clasificar como artísticos.

Antes de la escritura, la importancia de estos objetos ha sido crucial para conocer algo de estas sociedades primitivas, pero tras la invención de aquélla, el papel del arte no sólo no perdió su anterior rango testimonial, sino que permanentemente ha constituido un complemento esencial para una mejor y más profunda comprensión del hombre y de su historia. Esta perdurabilidad del arte se debe a que el hombre no es sólo racional, sino también sujeto de sensaciones, sentimientos y emociones que, a veces, no encuentran una cabal expresión oral y escrita, no porque no provengan de una dimensión "irracional", sino de una más allá del límite exclusivo de las palabras. Hoy sabemos, por lo demás, que la inteligencia es una facultad también "sintiente", emocional, sensitiva, imaginativa. Por otra parte, el arte se ha adaptado a todos los cambios, vicisitudes e inventos experimentados y producidos por el hombre, sin por ello perder hasta el momento su propia identidad.

Ni siquiera nuestra revolucionaria época contemporánea, en la que se rompió con el canon de la belleza tradicional, ampliándose de forma drástica lo que se entiende por arte, éste, todo lo polémico que se quiera, ha desaparecido. Antes, por el contrario, ha sido en nuestra época cuando el arte ha experimentado una mayor difusión social y una multiplicación de sus profesionales y sus productos. Por todo ello, hoy sabemos más que nunca cómo el arte nos es necesario desde los más variados puntos de vista, que no cabe acotar sólo a lo que institucionalmente acordamos como "grandes obras" del pasado o del presente, porque cada vez más a través de la promoción del gusto y del valor psicológico que concedemos al universo de lo subjetivo, el arte se introduce en nuestra vida cotidiana de la forma más variada. Pensemos, por ejemplo, en todo lo que se abarca actualmente bajo la especie de diseño industrial, en la proliferación de las imágenes y la mayor parte de los productos de la cultura popular del entretenimiento, los cuales constituyen un abrumador conjunto de formas de expresión y comunicación que, sea cual sea el valor que se les conceda, no dejan de tener una filiación artística.

El conocimiento de la historia del arte es, por consiguiente, un instrumento imprescindible para el hombre porque retiene una información única y preciosa de su pasado, pero además refleja asimismo con vistas al futuro quiénes somos, qué nos ha gustado, en qué hemos creído, cómo nos hemos sentido y cuánto entre nosotros no es estrictamente codificable en los cauces conceptuales de lo que entendemos hoy por meramente racional o científico. De manera que, en efecto, una imagen vale más que mil palabras, pero no porque las descalifique o las subordine, sino porque incita a que se produzcan. No en balde, tras la contemplación de una obra de arte que nos ha impresionado, lo que más nos apetece es leer lo que sobre ella se ha escrito, o comentar a los demás el efecto que nos ha producido.

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