Las burradas
Un tranquilo operario de Salamanca empuja una carretilla con la triste historia de España. Transporta cajas de documentos de la Generalitat de Cataluña. Fueron arrebatados por las armas, después de una guerra cruel. Quedará copia autentificada. No se sustrae información al Archivo ni se daña su función. Los llamados papeles no son legajos de la antigüedad. Dentro de esas cajas va un pasado reciente, en medida del tiempo histórico. Su contenido es delicado. Parecen pesar poco, pero para su pesaje real habría que utilizar balanzas de psicostasia o de la factoría de San Miguel, el arcángel encargado del peso de las almas. Por eso es tan tranquilizadora la imagen del operario con su carretilla. Tiene algo de empleado de San Miguel. Restituidos, ahora sí que los documentos comienzan a ser historia del pasado.
Hay otro tipo de asombrosos documentos que pertenecen al presente. Por ejemplo, la declaración del alcalde de Salamanca, al equiparar el cumplimiento del acuerdo del Congreso con "un expolio a sangre y fuego". Su oposición al traslado podría entrar en una cierta lógica local, aunque la derecha lo ha utilizado en toda España para ilustrar su gran obra de arte contemporánea: El pandemónium. Si era previsible una primera reacción localista, también era de esperar por parte del alcalde de la cosmopolita Salamanca la gallardía final de las buenas formas. Un mensaje educado. Al fin y al cabo, los papeles no se van para un supermercado Wal-Mart en Bentonville, sino para Barcelona, metrópoli española. Pero el alcalde ha preferido pasar a la historia con una burrada.
No es el único. El género del arrebato, la burrada, está de moda. Creo que hay una confusión. No es cierto que la burrada goce de prestigio. Hay una intelectualidad mediática que festeja la burrada, y el que la suelta llega a creer que es un autor de culto. La burrada en España es muy elitista. La gente del pueblo es muy educada. Ha reciclado el destornillador a pilas para la cocina, como Ferrán Adriá. Uno hoy va al mercado de verduras y sale relajado como de una audición chill-out. Luego vienen, en las noticias, el senador de Ceuta, el presidente del Poder Judicial, el teniente general, el alcalde, etcétera. Y recuerdas, de la infancia, a aquel primer vigilante de la playa que nos advirtió: "¡Al que se ahogue, lo mato!".
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