Un alcalde maravilloso
Tentado estoy de iniciar esta misiva cual si fuera un cuento de hadas: "Había una vez un alcalde en la Ciudad del Paraíso que lo había previsto todo. Desde mucho antes de que a sus ciudadanos le aquejaran los males de la aglomeración, la carestía y la sed, él ya había previsto cómo resolver cada cosa. Para el caos circulatorio había imaginado, en sus años mozos, un ingenio subterráneo que taladraba la urbe silenciosamente. Para una conexión rapidísima con el ancho mundo, otro ingenio ferroviario, cual centella de plata. Para que el ocio fuera felizmente ocupado por sus conciudadanos, una batería de museos inconmensurables... Para la sequía, hontanares de agua inextinguibles, sin desaladoras ni otros artificios del Diablo. Y todo ello, falta decirlo, en armonía perpetua con las demás administraciones, pues no era él partidista ni nada por el estilo".
Bueno, hasta aquí el comienzo del cuento que me iba inspirando la carta que tan gentilmente me dirige el señor alcalde de Málaga, don Francisco de la Torre, el pasado día 14. En ella atribuye a mi (escasa) capacidad de fabulación los argumentos que vertí en mi columna del día 12 de diciembre, donde le llamé "Don Discrepo", por pensar yo modestamente que es que a él le gusta objetar todo cuanto hacen o emprenden otros gobiernos. Al discrepar de mí -cómo no-, me moteja de "Don Meloinvento", o lo que es lo mismo, de fantasioso, pues no quiero creer que me haya llamado sotilmente embustero. Pero veamos quién echa a volar su imaginación con verdadero derroche.
Mi insigne comunicante se lo atribuye prácticamente todo: el AVE, el metro, los museos... Lo malo es que la verdad histórica no le acompaña, y por fortuna está bien sostenida en papeles de diversa índole. Fue la Junta de Andalucía la que emprendió formalmente la iniciativa del tren de alta velocidad, en 1994, y la que culminó en 1996 un anteproyecto muy sólido, que entregó al entonces ministro del gobierno de Aznar, un tal Arias Salgado, que no tuvo más remedio que aceptarlo (febrero de 1997). Pero enseguida vinieron los famosos "peros": ambientales, técnicos, financieros... Como que a ese mismo ministerio "se le olvidó" incluir la necesaria financiación europea para que el proyecto acelerase en el 2000. Tampoco el ayuntamiento hizo sus deberes: la ordenación adecuada del entorno de la vieja estación, y prefirió recalificar los terrenos de Renfe para que esta se embolsicara 4.450 millones de pesetillas. Quedó entonces sin resolver la cuestión del soterramiento, entre otras zarzas burocráticas, que han tenido que ir desenredando los pérfidos gobiernos de Chaves y de Zapatero, como hubieron de dar feliz término al inacabable pleito del Palacio de la Aduana en fechas recientes. En cuanto al metro, el mismo alcalde reconoce: "hemos mejorado mucho las propuestas iniciales de la Junta", o sea, que aquel invento temprano de su imaginación también la jodida Junta se lo arrebató. Qué fastidio. De otro tenor fueron las relaciones con el museo del pintor de los ojos voraces, pero eso sería para escribir un cuento de miedo, y no es mi especialidad. Y por hoy...colorín colorado, ¿quién es el que ha inventado?
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