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Análisis:NUESTRA ÉPOCA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Irán, la gran prueba para Occidente

Timothy Garton Ash

Estamos ante la próxima gran prueba para Occidente: después de Irak, Irán. El régimen revolucionario ha roto los sellos internacionales que guardan sus instalaciones nucleares y se dispone a perfeccionar sus técnicas de enriquecimiento de uranio, con lo que podría fabricar armas nucleares en el plazo de un par de años, y en Europa y Norteamérica tenemos que reaccionar. ¿Pero cómo? Si manejamos mal la situación, podríamos acabar al borde de otro enfrentamiento militar y con otra crisis en Occidente.

La política europea de contención negociada, que Estados Unidos apoyó con reservas y Rusia acompañó de forma ambigua, ha fracasado. Merecía la pena intentarlo, pero no ha bastado. Los europeos no tenían suficientes palos creíbles y los estadounidenses no mostraron zanahorias lo bastante grandes como para hacer cambiar de opinión a los teócratas de Teherán. Ninguna de las dos mitades del viejo Occidente transatlántico pudo convencer a una China ávida de petróleo ni a una Rusia llena de recursos energéticos de que se implicaran en el juego diplomático claramente de nuestra parte.

Ningún europeo debe menospreciar la amenaza que supone que un régimen revolucionario iraní impredecible y fragmentado obtenga armas nucleares
Un reciente viaje a Irán me convenció de que en ese país existe un enorme depósito de sentimientos contra el régimen y contra Occidente
Los iraníes saben que EE UU está enfangado en Irak y que allí les pueden crear problemas porque cada vez tienen más influencia en el sur chií

El nuevo presidente iraní, el aparentemente semienloquecido Mohammed Ahmadineyad, pensaría seguramente que un análisis de costes y beneficios es un invento de Satán. Alá, diría él, no es un contable. Pero, aunque haya alguna cabeza más fría en su entorno que sí esté haciendo ese análisis, es posible que llegue a la conclusión de que vale la pena correr este riesgo. Los mulás nadan en un mar de ingresos del petróleo: se calcula que unos 36.000 millones de dólares el año pasado. Es un dinero que puede emplearse para comprar la insatisfacción material en casa. Saben que Estados Unidos está enfangado en el vecino Irak; los iraníes tienen cada vez más influencia en el sur chií y pueden crear problemas prácticamente cuando quieran a las tropas norteamericanas. Teherán tiene agarrado a Washington por los cojones, como podría decir George Bush en privado. Saben también que China (que tiene un amplio contrato de abastecimiento de energía con Irán) y Rusia poseen intereses muy distintos a los de Europa y Estados Unidos, y saben que países como Alemania e Italia se mostrarán muy reacios a permitir que las sanciones limiten su lucrativo comercio con Irán. Ésa es una baza poderosa.

El plan B

Todo el mundo parece de acuerdo en que el próximo paso es enviar a Irán ante el Consejo de Seguridad de la ONU. Incluso el Gobierno de Bush, que tanto despreció a la ONU durante la crisis de Irak, lo considera ahora el plan B. ¿Y entonces, qué? El Consejo de Seguridad echa un rapapolvo a Teherán. El presidente Ahmadineyad nos manda al diablo. El Consejo de Seguridad responde con sanciones, que se verían limitadas por los intereses geopolíticos y energéticos de China y Rusia y los intereses económicos de Alemania, Italia y Francia. Irán sigue adelante (de forma declarada o encubierta) con el enriquecimiento de uranio y, mientras tanto, las sanciones van creando una mentalidad de asedio en el país. El régimen contará a sus ciudadanos que Occidente les está impartiendo un castigo injusto e hipócrita, sólo por desarrollar energía nuclear para usos pacíficos, cosa que tienen derecho a hacer de acuerdo con el Tratado de No Proliferación Nuclear. ¡Que lo comparen con el trato que da Estados Unidos a una potencia nuclear como India! Muchos se creerán la propaganda, que, como toda buena propaganda, contiene una pizca de verdad. En definitiva, unas presiones externas de este tipo podrían consolidar el régimen, en vez de debilitarlo.

¿Entonces, qué? ¿Cuál es nuestro plan C? Para los halcones de Washington y Tel Aviv, el plan C consistiría en bombardear ciertas instalaciones nucleares iraníes para retrasar los progresos de Irán hacia la obtención de la bomba. Pese a la famosa precisión milimétrica de las bombas estadounidenses de alta tecnología, podemos estar seguros de que eso supondría acabar con la vida de civiles inocentes, o, al menos, de personas a las que la televisión iraní podría llamar de manera creíble civiles inocentes. Un reciente viaje a Irán me convenció de dos cosas: la primera, que en aquel país existe un enorme depósito de sentimientos contra el régimen y contra Occidente, y, segundo, que ese depósito podría vaciarse de la noche a la mañana si les bombardeásemos. En su lugar nos encontraríamos con una ola de solidaridad nacional con el régimen. Por ahora, el extremista Mohammed Ahmadineyad está haciendo el juego a los extremistas neoconservadores de Occidente; si llegara ese momento, los extremistas de Occidente le habrían hecho el juego a Mohammed Ahmadineyad.

¿Qué deberían hacer Europa y Estados Unidos, pues, al borde de este precipicio iraní? He aquí unas cuantas sugerencias, para empezar. En primer lugar, ningún europeo debe menospreciar la amenaza que supone que un régimen revolucionario iraní impredecible y fragmentado obtenga armas nucleares. En los años ochenta, los europeos encabezaron el movimiento contra la escalada nuclear de las superpotencias; la amenaza actual de proliferación nuclear es seguramente más peligrosa. Por su parte, Estados Unidos no debe confundir las advertencias de Europa sobre la necesidad de tener cautela con cobardía, europequeñez ni todos esos otros defectos de "monos comedores de queso y entreguistas" que nos achacan los estadounidenses fervientemente antieuropeos.

Poco contacto directo

En segundo lugar, tenemos que compartir toda la información, todo el conocimiento y todos los datos que poseemos. La secretaria de Estado norteamericana, Condoleezza Rice, ha dicho que Irán es un caso especial entre los países del mundo porque Estados Unidos tiene muy poco contacto directo con él. Los estadounidenses no tienen allí a ningún diplomático desde que acabó la crisis de los rehenes de la embajada, hace casi un cuarto de siglo. Cuenta con muy pocos empresarios o periodistas. Y, si es verdad lo que cuenta el libro del periodista de The New York Times James Risen, la CIA se las arregló para vender toda su red de agentes en el país a las autoridades iraníes cuando, sin darse cuenta, envió una lista completa a un doble agente. Es decir, es posible que no tenga ni espías allí. Los europeos, en cambio, disponen en Irán de montones de diplomáticos, empresarios, periodistas y seguramente espías, por lo que deberían estar mejor informados.

Debemos compartir toda esa información y hacer un análisis común. Antes de dar un solo paso en el baile diplomático, tenemos que hacernos dos preguntas: ¿cómo afectará la situación al régimen iraní? ¿Cómo afectará a la sociedad iraní? El régimen es complejo. Ahmadineyad es el presidente, pero no el máximo dirigente. Quien manda en este régimen teocrático es el líder supremo, el ayatolá Jamenei. Sin su aprobación no se habrían abierto los sellos. Pero él también está controlado por poderosos grupos de presión, como los Guardias Revolucionarios, y por otros ayatolás, como el santón fundamentalista del presidente, el ayatolá Mohammed Taghi Mesbah-Yazdi.

También es muy importante la dinámica dentro de la sociedad iraní. Me siento tremendamente incómodo cuando oigo al neoconservador estadounidense Frank Gaffney, en el programa Today de la BBC, pedir una "revolución" en Irán. Qué valiente, cómo arriesga las vidas de otros. A los iraníes les conviene recordar lo que les pasó a sus hermanos chiíes del sur de Irak cuando el anterior presidente Bush les animó a que se rebelaran al terminar la guerra del Golfo. Ahora bien, los estadounidenses tienen razón cuando dicen que los iraníes pueden ser nuestros mejores aliados. Probablemente constituyen la sociedad más pro-occidental de todo Oriente Próximo, aparte de Israel. No deberíamos limitarnos a hablar con ellos, explicarles nuestra política y ayudar a quienes deseen ayudarse a sí mismos. Por ejemplo, deberíamos tener una televisión por satélite que emita las 24 horas del día en farsi (en la actualidad, no hay más que dos horas diarias de la Voz de América). Deberíamos utilizar Internet de forma mucho más imaginativa. Deberíamos respaldar a la sociedad civil iraní y, en especial, a los valerosos activistas estudiantiles, por todos los medios posibles, pero sin poner sus vidas en peligro. Necesitamos tener, en cada fase, una estrategia en dos frentes, el del régimen y el de la sociedad.

Hace tres años, Occidente abordó el problema de Irak de una manera desastrosa, y todavía estamos pagándolo, con sangre. Confiemos en hacerlo mejor con Irán.

www.freeworldweb.net. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia

Expertos nucleares iraníes, junto a un bidón con productos radiactivos, en la planta de uranio de Isfahán.
Expertos nucleares iraníes, junto a un bidón con productos radiactivos, en la planta de uranio de Isfahán.AP

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