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Columna
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De sables y de otros ruidos

Mal empezamos 2006. La primera tormenta política del año se ha desatado ni más ni menos que en el ámbito militar, en forma de lo que antaño solía llamarse ruido de sables, para dar cuenta de movimientos más o menos explícitos en los cuarteles en contra del sistema democrático. No sabemos -al menos yo no lo sé- cual es la representatividad que las palabras del general Mena tienen en los cuarteles, pero me temo que bastante.

El problema suscitado tiene, en mi opinión, dos partes que pueden ser formalmente diferenciadas. Una es la que se refiere estrictamente a la propuesta directamente intervensionista formulada por el mencionado militar: el ejército estaría llamado a velar por la "unidad de la patria" si el Estatut calalán se excede en su formulación y, además, sería el propio ejercito quien, al parecer, debería decidir cómo y cuando intervenir. Es decir, que los militares tendrían una opinión formada sobre un asunto político que afecta al conjunto de la ciudadanía, se habrían autodefinido como intérpretes de la Constitución en lo que respecta al mencionado asunto, y sólo restaría -en su caso- poner en práctica las actuaciones que consideraran necesarias. Estaríamos pues ante el ruido de sables en sentido estricto.

Sin embargo, todo este disparate no es sino la expresión más exacerbada de otro ruido, mucho más potente, que ensordece el panorama político. Me refiero, claro está, a algunas de las reacciones suscitadas en la discusión del mencionado estatuto catalán y que han puesto de manifiesto, una vez más, cuales son los temas que, en este país, pueden generar auténtica contaminación acústica. Aquí, por acción u omisión, se vulnera la constitución todos los días cuando se viola el derecho al trabajo, el derecho a una vivienda digna, o la igualdad entre hombres y mujeres, por citar algunos asuntos especialmente lacerantes. Y sin embargo, aún no hemos oído a ningún general insinuando la necesidad de intervenir para salvaguardar la constitución en lo tocante a estos temas. Pareciera que ésta sólo es invocada cuando se plantean debates de tipo territorial, los únicos que parecen afectar a las esencias patrias. "Es que estamos hablando de España" dice Rajoy, como si el paro, la sequía, o la violencia de género fueran asuntos referidos a Swazilandia o a Marte.

Me parece muy bien que sancionen y cesen al general Mena. Ahora bien, se me ocurre que no estaría de más que, aprovechando el viaje, fuera también cesado el propio Bono, quien lleva meses calentando el ambiente y haciendo ruido contra el proyecto de estatuto surgido de la abrumadora mayoría del parlamento catalán. Durante este tiempo, ha alertado varias veces contra los peligros del estatuto, ha sonreído cuando su amigo Paco Vazquez decía en su presencia que el mismo le producía urticaria (aún reconociendo que no lo había leído), y hasta llegó a postrarse a los pies de la virgen de su pueblo -la virgen de Cortes-, hacia la que dijo tener mucha fe, para implorarle que el Congreso no discutiera el proyecto si el mismo llegaba al parlamento "con contenidos inconstitucionales".

Aunque no entiendo mucho de cosas de militares (afortunadamente me libré de la mili), a mí me parece que un ministro así, que tira la piedra y luego esconde la mano, no es el mejor ejemplo para una institución, como el ejército, en la que la exaltación patriótica, los himnos, las banderas, y toda la parafernalia nacionalista son parte casi natural de la vida cotidiana. De todos modos, y puestos a eliminar ruidos, no estaría de más suprimir de una vez el famoso artículo octavo de la Constitución, producto sin duda de la presión que los llamados poderes fácticos efectuaron hace ya casi treinta años. A fin de cuentas, encomendar al ejercito la defensa de la supuesta integridad patria, no es sino dar ideas -malas ideas- a quienes, ya de por sí, han demostrado suficientemente, a lo largo de la historia, que les va la marcha.

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