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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Madres

En uno de estos días festivos quedé a comer con Clara, a la que últimamente veo menos. En la sobremesa se acercaron a saludarla tres amigas de la infancia y pronto estábamos las cinco en la misma mesa compartiendo café y humo, a pesar de la nueva ley.

Clara me presentó como autora de estas crónicas y una de ellas dijo que había leído las dos últimas sobre mi madre y que le habían sorprendido porque su madre también está en la fase inicial del Alzheimer, pero no se reconoce en mi experiencia.

Bueno, pensé, al menos no discutiremos de política. Pero esa idea tranquilizadora no me duró mucho.

- "La relación con mi ama, es distinta a la que tú describes".

Son solteras y con la madre viuda. En los tres casos la madre tenía un carácter fuerte y, ahora, su relación es tormentosa.

-"La vejez y la enfermedad", dijo una, "han sacado lo peor de ella y están sacando ahora lo peor de mí. No sé cuándo dejó de quererme, si es que hasta entonces me quería, porque lo suyo nunca fue un derroche de sentimientos".

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- "¿Alzheimer?", dijo otra, "ojalá lo tuviera. Mi madre se acuerda perfectamente del memorial de reproches. Y me lo restriega en sus menores detalles. Nunca hice nada que obtuviese su aprobación y ahora sé que nunca lo habría logrado aunque hubiese alcanzado la perfección en todo".

-"Yo no consigo hacerle nada que le satisfaga", dijo la tercera. "Todo le sienta mal y no deja de hacérmelo notar. Sólo abre la boca para quejarse. Lo peor para mí es la falta de correspondencia. El saber que haga lo que haga por ella, nunca conseguiré verla un momento feliz".

Clara me miraba de soslayo. Sin necesidad de adivinar mi pensamiento, porque a menudo me he desahogado con ella. La lancé una mirada de socorro, y me dijo:

- "Ya sé que tu experiencia es distinta. Tu madre ha sido siempre una mujer plácida y ahora sigue siéndolo, cuando la química le ha permitido serenarse en la fase de meseta del Alzheimer. Pero, además, tú no vives con ella cada día. Tienes a la colombiana. Vas de visita y con precaución, pero aún así tienes el privilegio de intercambiar con ella una sonrisa, porque en su espacio sin tiempo le sirve de faro sentir la emoción de una mirada echa de sonrisas y de voz cálida que le acaricie al darle la mano".

Me quedé en silencio, pero ella no. Todavía le quedaba la puntilla:

- "Y por si fuera poco, tienes al italiano".

Sus tres amigas se lanzaron una mirada expresiva. Así que salté:

- "Precisamente al italiano no le tengo, ni siquiera con alfileres, pero acordaos de aquel tango, la cuestión es si, en algún otro lugar, nos queda una humilde esperanza".

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