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Columna
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Sevilla

Resulta una ciudad paradójica. Por un lado, la provincia es la de mayor porcentaje de voto a la izquierda. Siempre ha sido Sevilla la Roja, la ciudad de Saborido, Soto, José Díaz, Felipe González, Alfonso Guerra y tantos otros. Pero parece como si estuviera secuestrada por los grupos más reaccionarios sin que nadie haga nada por evitarlo. El espectáculo de la cabalgata de Reyes Magos organizado por una entidad privada en la cual los que encarnan a los reyes tienen que aportar ingentes sumas de dinero es casi una subasta a la que sólo pueden acceder empresarios, profesionales de éxito y hasta algún falangista de pro. Otro tanto se puede decir de la Semana Santa, que es un espectáculo popular en el que participan amplios sectores sociales pero que está dirigido por un grupúsculo de hermanos mayores y juntas de gobierno de la más rancia derecha. Por no hablar de los palcos de la carrera oficial que heredan las familias de postín. La feria es otro exponente similar: una fiesta propiedad de los más ricos del lugar, llena de guardias de seguridad para garantizar el disfrute de los propietarios de las casetas y sus amigos. Otro ejemplo es el rechazo a la construcción de una mezquita en Los Bermejales, abanderado por señoras vestidas con abrigos de pieles que enmascaran su intransigencia religiosa con subterfugios de todo cariz. Esta paradoja quizá tenga su origen en una ciudad centro de la Andalucía latifundista y aristocrática que expresa la segregación por clases sociales. Sólo en Sevilla podría existir una organización como la Maestranza con un funcionamiento propio de la Edad Media. Además, parece como si la Capitanía General de Sevilla tuviera un eco especial para los pronunciamientos golpistas que los dirigentes del PP consideran "inevitables", desde Queipo a nuestros días. Sin embargo, Sevilla es una ciudad pujante y progresista, que vota a la izquierda y que late en sus barrios populares. Pero sus fiestas y centros de poder están secuestrados por la derecha atávica que piensa que para dedicarse a la política hay que tener un amplio patrimonio como les gustaría a las marquesas y aspirantes a marquesas, tan sevillanas ellas. Sólo los que tienen un rancio linaje y una saneada economía pueden aspirar al poder, como Javier Arenas, que nos ha obsequiado la información sobre su patrimonio como regalo de Reyes.

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