Geografía de los 'sin techo'
La condición del sin techo se corresponde con el mayor grado de exclusión dentro de una ciudad. Las razones que llevan a esta situación límite de marginación que comporta dormir en la calle y llevar a cuestas lo poco que se tiene son diversas, pero generalmente se unen la falta de trabajo y recursos con la pérdida de unos lazos familiares y sociales que ayuden a disponer de un hogar, aunque sea provisional. Hay un cúmulo de factores que, si se van sumando, pueden llevar a vivir en la calle: pobreza, enfermedades crónicas, alcoholismo, drogadicción, pérdida del puesto de trabajo, ruptura de la pareja o problemas judiciales. Pero es que, al mismo tiempo, estamos en un sistema que va excluyendo cada vez a más población y que incrementa los sectores vulnerables. Por ejemplo, los ancianos con problemas económicos que en las ciudades turísticas mediterráneas, como Barcelona o Valencia, van siendo expulsados a pensiones o residencia de ancianos para convertir las fincas antiguas donde vivían en pisos para ser alquilados por días o semanas para turistas. De esta manera, los barrios históricos que pierden población residente y comercios de proximidad se desertizan y se tematizan. Por tanto, una parte de los ciudadanos, aunque no se hayan convertido en homeless, han sido expulsados de sus domicilios,
La vulnerabilidad urbana está en aumento y el perfil del 'sin techo' se está ampliando a mujeres solas o con hijos, jóvenes e inmigrantes
La geografía de los sin techo está definida por los rincones más protectores de cada ciudad: puentes, parques, portales, huecos de los escaparates de las tiendas, cajeros automáticos o pisos abandonados que se ocupan. Los primeros pasos en el proceso de inserción se realizan en los centros de día, los albergues y los comedores, en buena parte promovidos por ONG como la Comunidad de San Egidio, Arrels y Madre Teresa (el 52% de los fondos dedicados a los que carecen de hogar en Cataluña proceden del sector privado), y el resto están gestionados por asistentes sociales dentro de las políticas municipales de bienestar social. En Barcelona, donde desde marzo de 2005 se aplica un plan de inclusión social, hay entre 800 y 1.000 personas durmiendo en la calle cada noche, y cada año el sector de servicios personales atiende a unas 3.400 personas sin hogar. En Cataluña los sin techo llegan a 8.000. En España, en el año 2004, 22.000 personas acudieron a centros de atención para gente sin hogar. En Valencia, a principios de diciembre, sólo debajo del puente de Cabecera pasaban la noche unos 300 inmigrantes, en su mayoría sin papeles.
La ciudad histórica, por su morfología compacta y sus espacios intermedios, favorece más la existencia de rincones para la vida nómada de los sin techo que las ciudades de trazado moderno, con zonas monofuncionales, amplias avenidas, edificios aislados y espacios delimitados. Los indigentes sobreviven mejor en las estructuras urbanas preindustriales, con muchos recovecos y ámbitos ambiguos, más acordes con una vida con pocos medios, que en los trazados rectilíneos y los espacios abiertos del urbanismo moderno, pensados esencialmente para el automóvil.
Cada ciudad utiliza de manera descarada métodos anti-homeless, a veces sutiles, como los bancos que, por su forma y barrotes, no permiten dormir en ellos (fue el sociólogo Mike Davis el que puso sobre aviso de ellos al analizar la ciudad de Los Ángeles) y la iluminación muy fuerte en los espacios en los que podría hacerse; a veces los métodos son más expeditivos y agresivos, llevando a regar las plazas toda la noche o a la expulsión directa. Ninguna de estas medidas es legítima si no se ofrecen alternativas para los sin techo, como albergues y centros de día; en definitiva, toda una red asistencial. Porque una ciudad, cuando excluye y, por lo tanto, no cumple con su función esencial, que es acoger, se convierte en una aberración. Y la mayor de las monstruosidades es la de la ciudad que arremete e incluso asesina a sus indigentes. En Barcelona esto ha pasado por segunda vez en tres años; un hecho espeluznante, cruel y atroz, el asesinato de María del Rosario Endrinal. Por ello es lógico que sea el mismo Ayuntamiento el que se persone como parte de la acusación: si no hay justicia, habrá sido la misma Barcelona la que aniquila a sus habitantes más vulnerables.
En un país desarrollado lo que más caracteriza al sin techo es su aislamiento, sin lazos sociales. En cambio, en América Latina los sin techo son multitud; no son indigentes, sino pobres que forman una sociedad y que se organizan en redes para hacer ocupaciones de terrenos en el extrarradio de ciudades como Lima, México D. F., Caracas, Bogotá y Buenos Aires, y construir sus chabolas formando villas miseria, poblados jóvenes, favelas o bidonvilles, en topografías generalmente inclinadas e inundables, contaminadas, sin servicios y lejos del centro. En las sociedades opulentas, el indigente es considerado un sujeto aislado que ha de ser eliminado del pretendido escenario de lujo. Y por esto es perseguido en la recientemente aprobada ordenanza del civismo de Barcelona. Sin embargo, por mucho que se esconda, las vulnerabilidades urbanas están en aumento y el perfil del sin techo se va ampliando del más común -hombres solos de media edad- a mujeres solas y con hijos, gente cada vez más joven e inmigrantes. Cada vez somos más vulnerables en un mundo que incrementa sus fronteras calientes, borra las memorias e historias, y deja sin casa a los más débiles. Cualquiera puede verse envuelto en una situación en la que se vayan acumulando desgracias y pérdidas. Y en un mundo en el que crece la violencia gratuita, todos podemos ser un día un sin techo que muere bajo los golpes de los herederos del fascismo, a la vuelta de la esquina.
Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC)
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.