La impostura
A los periodistas (no a todos: a ciertos periodistas) les disgusta que les pidan cuentas. Desarrollan su particular concepto de la libertad: es suya, y no existe más allá de donde ellos la acotan. Si otros la ejercen, para defenderse, por ejemplo, de los insultos que reciben, la libertad de expresión está siendo atacada. Por lo que se llevarían las manos a la cabeza los ciudadanos dignos y libres aquí hay risas y fiestas de los palmeros de las tertulias. No importa el insulto si su baba es brillante. Esta impostura está logrando sus efectos, que fueron ensayados ya en otros tiempos: periodistas con el carné de tales usaron su oficio para hacer conspiraciones, no les importaba el periodismo, sino la maniobra de derribo. Tuvieron éxito, pero luego se pelearon porque no estaban de acuerdo con el tamaño de lo que les tocó. Ahora ya están relamiéndose: a ver qué les toca, ya les está tocando. Esta impostura del periodista constituido en conspirador audaz es un disfraz que tuvo tales efectos que ahora prolifera; comunicadores cuyo afán es el de meter bulla son capaces de disfrazar a un político demócrata con la piel de un dictador, y se arrojarían a tu yugular si tú osas decirle: "¡Pero, hombre, ¿cómo haces esto en nombre del periodismo?!". Y se vanaglorian de todo, también de lo abyecto. En la pedagogía de lo que se llamaría libertad de expresión han entrado muchas perversiones, alegremente agitadas por desaprensivos que a lo mejor no saben que lo son. En Salamanca se han manifestado unas personas al grito de Miguel de Unamuno: "Venceréis pero no convenceréis". No ha importado que el asunto por el que se echaban a la calle (la supuesta unidad del archivo de la Guerra Civil) tuviera su origen en un vergonzoso despojo efectuado en tiempos de guerra; y tampoco ha importado que los herederos del poeta y filósofo exigieran que esa frase, dicha en tan penosas circunstancias, no fuera utilizada para aquel afán. Lo que importaba era adoptar una postura sin tener en cuenta las falsedades históricas y civiles en que se asentaba. Luego esa impostura entra en el cóctel general, se pone en el cómputo de los agravios sociales, y de la coctelera sale Zapatero, por ejemplo, con la cabeza de Franco, y nosotros seguimos tan campantes, diciendo que eso es periodismo cuando lo cierto es que se trata, otra vez, de una feroz, impresentable impostura.
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