Maniobras palestinas
El 25 de enero deberían celebrarse elecciones a la Asamblea Nacional palestina para clarificar el panorama político con vistas a una posible reanudación de negociaciones con Israel, que, a su vez, irá a las urnas el 28 de marzo. Pero, a los nueve años de las primeras legislativas palestinas, en enero de 1996, a nadie habría de extrañar un nuevo aplazamiento, como ya ocurrió cuando estaban previstas para julio pasado.
Dos hechos se han encadenado poderosamente para hacer aún más compleja la ocasión electoral. De un lado, Hamás, el movimiento religioso-terrorista palestino, sacó por encima de un tercio de escaños en unas elecciones locales que aún no han terminado; de otro, una disidencia dentro del partido gobernante, Fatah, anunciaba la presentación de una lista competidora de la oficial, formada por jóvenes ajenos a la clientela de poder que formó el difunto Yasir Arafat, y que dirige Maruan Barguti, activista que cumple en Israel cinco cadenas perpetuas. Ante esa asechanza que amenaza con arruinar toda perspectiva de victoria oficial, aseguraba ayer la dirección de Fatah que ambas listas se fusionaban en una sola.
Israel ya ha anunciado que si Hamás entra en el Gobierno poselectoral no habrá negociaciones, y la UE y Estados Unidos advierten de que retirarán la ayuda económica a la AP en ese mismo caso. Por si fuera poco, el Gobierno israelí no autoriza a los palestinos de la Jerusalén árabe a votar en los comicios, aunque sí lo había permitido en 1996 y en las presidenciales de enero pasado, en las que ganó el candidato oficial Mahmud Abbas. Éste considera el cambio de actitud israelí gravemente inaceptable.
La más cómoda huida hacia delante consistiría en cancelar la consulta palestina, pero, así, la posibilidad de reformar una Administración corrupta y paniaguada quedaría de nuevo aplazada. No es mala cosa que Hamás se vea obligado a enfrentarse a responsabilidades que podrían llevarle a optar por la política y desechar el terror. Por eso sería una desgracia que esas elecciones no se celebraran. Los ultras, que colonizan el espectro político sionista, serían los primeros en congratularse de ello.
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