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Crítica:EL LIBRO DE LA SEMANA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Extraordinario Goethe

Nietzsche dijo de Conversaciones con Goethe, de Eckermann, que era "el mejor libro alemán de cuantos existen". La idea que el autor de Así habló Zaratustra tenía del significado simbólico de Goethe apenas difería de la que prevalece en la actualidad: "Goethe es todo él una cultura", sentenció, y "un fenómeno único e irrepetible, un incidente sin consecuencias". Hoy, Goethe representa la cultura de Alemania por antonomasia, lo bueno, bello y noble de esa nación en oposición al arquetipo opuesto: Auschwitz. Al nombre de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832) se aferraban miles de judíos perseguidos y multitud de personas sensatas cuando, al acceder los nazis al poder, la barbarie se asentó en Alemania.

CONVERSACIONES CON GOETHE EN LOS ÚLTIMOS AÑOS DE SU VIDA

Johann Peter Eckermann

Edición y traducción de

Rosa Sala

El Acantilado. Barcelona, 2005

1.008 páginas. 46 euros

Más información
Un amor "casi pasional"

La apuesta constante de Acantilado por obras señeras de la literatura universal trae ahora estas Conversaciones, el libro que más contribuyó a formar la idea de Goethe para la posteridad. Por fin se editan en castellano con la calidad que merecen. Rosa Sala logra una versión luminosa; además, su magnífica edición es única al incluir ilustraciones con motivos del entorno de Goethe que son objeto de comentarios con Eckermann, de manera que viéndolas se comprenden mejor pasajes que de otra forma poco podrían aportar. Unas atinadas notas explicativas y un detallado glosario completan esta fabulosa edición; así que bien puede el lector curioso deleitarse con este gran libro.

Mediante el testimonio de Eckermann accedemos al mundo cotidiano de un modelo humano de primer orden: Goethe encarnó como nadie el ideal de Gebildete, el "hombre íntegro" del humanismo en versión alemana. El autor de Werther era de naturaleza más práctica que especulativa, de temperamento inquieto y conciliador, de arrolladora personalidad, imaginativo, creativo y atento a todos los fenómenos y sucesos; fue, además de escritor, un científico y un artista: la viva imagen de la sabiduría y la excelencia. "Su persona y su mera cercanía ya me parecen instructivas aunque no pronuncie ni una palabra", afirmó Eckermann. Cuando lo conoció, Goethe era la mayor celebridad intelectual de su tiempo. Con 74 años aún conservaba una espléndida robustez, incluso hacía poco que había pretendido en vano la mano de la jovencísima Ulrike von Levetzow; del desengaño nació la 'Elegía de Marienbad'; durante los nueve años que le quedaban de vida, en los que no sufrió sino achaques pasajeros, concluiría la segunda parte de Fausto y Poesía y verdad.

Chesterton decía que quien tie

ne una opinión sobre el universo lo posee; en su vejez, Goethe acampaba cómodamente en sus convicciones y opinaba sobre muchas cosas, gozando de la plena posesión de un universo tan vasto como sus intereses. Desde 1775 residía en Weimar. Su presencia la convirtió en un lugar de peregrinaje intelectual al que acudían personalidades de diferentes países. Las Conversaciones presentan a aquel Goethe que tanto atraía a sus admiradores. Aunque idolatrado por todos, quien lo trataba no hallaba a un tirano vanidoso sino a un hombre que, consciente de su propia valía, se mostraba cordial y sereno. Eckermann lo visitaba en su hermosa casa de la Frauenplan o salía en coche con él por los bucólicos alrededores. Teatro, literatura, las artes en general eran los temas recurrentes de Goethe, quien sabía admirar y apreciar la grandeza de los demás. Leía a Byron y Walter Scott y no olvidaba a sus queridos Shakespeare, Molière o Schiller. Amaba la música, a Mozart sobre todo, y la pintura. Tampoco le era ajena la política, cuyos derroteros seguía. Nunca fue nacionalista pues se consideraba cosmopolita. Napoleón -a quien había tratado personalmente- era para él un icono venerado. Sus estudios científicos lo llenaban de orgullo. Entendía de botánica y de ciencias naturales, había publicado una Teoría de los colores con la que esperaba pasar a la historia de la óptica. Alexander von Humboldt estaba entre sus mejores amigos. Como éste, también Goethe amaba la vida y sus maravillas; sólo odiaba la muerte. Con obstinación desmentía a la Parca ignorándola, enfrascado en los trabajos que legaría al mundo, al que, según decía, "sólo puede prestársele algún servicio con lo extraordinario". Tal es precisamente el halo de estas Conversaciones.

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