Un sabio llamado Eugenio Asensio
La de don Eugenio Asensio fue una vida de opciones elegantes. Quiso vivir en el viejo y lejano Portugal, como el Ademar de Alemcastre que protagoniza Filomeno a mi pesar. Renunció a las miserias universitarias, acaso porque entre sus legajos las había podido ver de cerca. Fue culto en varias lenguas vivas y muertas. Se entretuvo en revolver por toda Europa en busca de libros antiguos y manuscritos ignorados. Leyó sin escribir durante largos años y cuando por fin, ya bien mayor, puso pluma en papel no fue para aturdir a los lectores, sino sólo para decir lo que nadie hasta entonces había dicho. Y eso en una prosa pensada para ser leída y ajena por completo a la jerga mostrenca del gremio.
DE FRAY LUIS DE LEÓN A QUEVEDO Y OTROS ESTUDIOS SOBRE RETÓRICA, POÉTICA Y HUMANISMO
Eugenio Asensio
Presentación de Luisa López Grigera
Universidad de Salamanca
Salamanca, 2005
331 páginas. 24 euros
La Universidad de Salaman-
ca ha recopilado algunas de esas pocas páginas en el libro De fray Luis de León a Quevedo y otros estudios sobre retórica, poética y humanismo y amplía así el proyecto de recuperación de los escritos de don Eugenio, que se inició en el año 2000 con la reimpresión de El erasmismo y las corrientes espirituales afines. Aquel trabajo salió por primera vez en la Revista de Filología Española como reseña al Erasmo y España, y acabó siendo una revisión a fondo del panorama trazado en la obra monumental de Marcel Bataillon. Lo mismo ocurre con los once artículos del nuevo libro, pues bajo títulos humildes y en nada campanudos vienen a conformar una pequeña historia de las letras humanas en la España del Siglo de Oro. Mientras hay gentes que consumen sus vidas averiguando cosas que, una vez puestas sobre blanco, pasan sin más al sueño eterno de los catálogos, otros, como don Eugenio Asensio, con apenas unas líneas, trazan el perfil de una cultura.
Los ensayos que conforman este libro se publicaron en su día por separado y en mis años de estudiante universitario los leí con gozo y con envidia. Volver a leerlos aquí reunidos me ha renovado un sentimiento que ahora podré compartir con los nuevos lectores. Cada una de esas aportaciones fue en su momento punta de lanza que abrió brecha en los estudios sobre el Renacimiento español. Así ocurre con los cuatro primeros artículos, dedicados a fray Luis de León y a fray Cipriano de la Huerga, maestro de Biblia en Alcalá. Ninguno de estos dos frailes se paró a mirar los toros desde la barrera y entraron de lleno en las disputas que, en torno a la Biblia y su interpretación, ocuparon a los españoles más finos del siglo XVI. Para entender que la cosa iba en serio, baste con recordar que el propio fray Luis dio con sus huesos en las trenas del Santo Oficio por sólo defender un modo de exégesis extraña a las tradiciones de la Iglesia medieval. Un buen reflejo de esas trifulcas es el trabajo Fray Luis de León y la Biblia, donde se sigue el rastro de una sangrienta oposición a cátedra en la que competían el agustino y fray Domingo de Guzmán, hijo del mismísimo Garcilaso de la Vega. Los lectores del libro podrán conocer el desenlace del concurso y comprobarán que casi nada ha cambiado en los pasillos de las universidades españolas.
Los siguientes capítulos
atienden a don Francisco de Quevedo y a libros de su entorno, como el Diálogo del Capón. Allí está el Quevedo refinado que introdujo las Silvas en España, el más satírico que encontró asiento en los índices de libros prohibidos y hasta el poeta melancólico que dice contemplar las cenizas de la amada muerta dentro de un reloj de arena. En la última sección, la poética y la retórica ocupan el centro de la plaza y nos permiten asistir a un nuevo espectáculo de gresca entre eruditos. Por un lado, están las pullas que se cruzaban los imitadores renacentistas de Cicerón y los seguidores de Erasmo; y, por otro, los mandobles que se propinaron dos primeros espadas del momento, como el atildado Fernando de Herrera y el bronco catedrático Francisco Sánchez de las Brozas. Y todo porque, en una de esas carreras editoriales a las que todavía hoy asistimos, habían publicado casi al mismo tiempo sus comentarios a la poesía de Garcilaso.
Verá el lector que los navajazos de las gentes letradas, aunque sin sangre, son al menos tan feroces como los del más tremendo matasiete. Esto y mucho más encontrará quien se aventure en este libro; y podrá también, de paso, curiosear en la historia de nuestra literatura, aprender de lo humano y lo divino y, sobre todo, disfrutar con la mucha, muchísima sabiduría de don Eugenio, ese señor que se permitió vivir casi un siglo como un sabio sin más.
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