Supervivencia ecologista

El apasionante minuto a minuto de la vida de un superviviente se postula desde hoy en las salas de cine como alternativa al estrés en el trabajo y a las aglomeraciones de las compras navideñas. El canadiense Nicolas Vanier ha filmado en El último cazador un año en la existencia de un trampero de las Montañas Rocosas, Norman Winther, un ser humano alrededor de la cincuentena que un buen día decidió convertirse en integrante de una especie en vías de extinción, en un autártico ajeno a las modas y al progreso mal entendido, en el último eslabón de una cadena literaria, cinematográfica y vital integrada por gente como Jack London, David Crockett y Jeremiah Johnson.

El último cazador es un documental con diversas secuencias basadas en la realidad pero dramatizadas especialmente para la película. Sistema a medio camino entre El oso (Jean-Jacques Annaud, 1988), Dersu Uzala (Akira Kurosawa, 1975) y una crónica antropológica que, en un principio, disloca por su extraña verosimilitud con toques de engaño, pero que en seguida sumerge al espectador en un mundo tan desconocido como conmovedor. Vanier vulnera en un par de ocasiones las reglas que él mismo ha escogido al introducir un par de elipsis un tanto tramposas (los caballos tan pronto se están ahogando en el río como están a salvo en la orilla), pero en general su película tiene el toque de las grandes tragedias, posee una gran belleza y huye de un falso ecologismo muy en boga. Además, como suele ocurrir en las películas donde la dificultad del rodaje transforma éste en una aventura en sí mismo (cineastas como Robert Flaherty y Werner Herzog son verdaderos especialistas), la climatología, la dureza del paisaje y de las condiciones de vida elevan los méritos de la producción.

El aprovisionamiento de bienes para el invierno en el pueblo más cercano se convierte en una odisea y la aparición de una moderna moto de nieve puede suponer un turbador giro de guión. Todo ello a 40 grados bajo cero, con unas perennes estalactitas de hielo colgando de la barba y el bigote del protagonista, y sin dejar nunca atrás la máxima que guía a los tramperos: "Coger de la naturaleza lo que se necesita sin poner en peligro la coexistencia del medio". Las compañías madereras están arrasando buena parte de los pulmones de la Tierra, entre ellos las Rocosas, pero al parecer aún hay gente empeñada en demostrar que se puede ser feliz alejada de los más mundanos caprichos del ser humano del siglo XXI.