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Crítica:CRÍTICAS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Realidades ocultas

Qué poco sabemos en España de los falashas, los judíos negros etíopes que, en una operación tan arriesgada como clandestina, llamada no por casualidad Moisés, los servicios secretos israelíes transportaron en masa a su Tierra Prometida, entre noviembre de 1984 y enero de 1985, en medio de una de las interminables guerras que asolaban la zona.

Ya viviendo en Israel, descubrieron de pronto que su nueva tierra de acogida los recibía con no pocas contradicciones. Y muchos de ellos acabaron por descubrir no ya la indiferencia del resto del país, sino el racismo de no pocos judíos instalados en Tierra Santa antes que ellos. También en Israel el color de la piel es, para estas cuestiones, determinante.

VETE Y VIVE

Dirección: Radu Mihaileanu. Intérpretes: Yael Abecassis, Roschdy Zem, Moshe Agazai, Mosche Abebe, Sirak M. Sabahat. Género: drama, Francia-Israel, 2005. Duración: 140 minutos.

De eso habla la nueva película de Radu Mihaileanu (lo conoce el lector por su emotiva, bien que no poco tramposa El tren de la vida, donde abordaba el holocausto): de un niño cristiano a quien su madre da la expeditiva consigna que da título al filme, y que se mezcla con los falashas para salvarse de una muerte segura.

En Israel, será recogido por una familia judía de esas que no suelen asomarse por las raras películas que hasta aquí nos llegan. Militantes de izquierdas, nacido el padre en un kibutz y fervientes partidarios de la paz con los palestinos, la familia protegerá a un nuevo vástago que tendrá que vérselas con todos, pero también con sus propios fantasmas: el recuerdo de su verdadera madre, que no lo abandona nunca, y su impostura.

Valentía

Narrada con calidez y cercanía, muy atenta a los pequeños hechos de la vida cotidiana y decidida partidaria de los puntos de vista políticos que los padres expresan en la pantalla, la película adolece de una cierta blandura y de excesivas simpatías para con su protagonista, al que hace punto menos que dialécticamente invencible. Pero ello no la invalida: de hecho, con su mirada atenta a los pequeños detalles y su primorosa narración de los conflictos de una persona que no es quien dice ser, el filme se eleva hasta convertir sus diatribas y sus certezas en mensajes universales.

Es valiente cuando denuncia las condiciones de vida de los falashas en Israel; y no menos conmovedora al narrar la bella historia del adoptado, Shlomo, y su madre de adopción, Yael, que por momentos alcanza cimas de callada, bellísima emoción.

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