Notas al margen
Estos últimos días del año no queda más remedio que aprovechar los márgenes, cada vez más escasos, de nuestro bloc de botas. Apenas nos da tiempo, entre compras absurdas e ineludibles y otros preparativos navideños, a anotar brevemente nuestras lecturas cada vez más breves, forzosamente discontinuas.
Conviene tomar nota -lo anotamos- de lo que el profesor Lledó le comentaba el domingo pasado a Juan Cruz en este mismo diario: "No existe sólo la corrupción económica, sino esa que proviene de la corrupción de las neuronas, que alimenta las mentiras". La mentira, asegura el filósofo, "es un autoveneno". Es la misma sustancia que alimenta a los historiadores neofranquistas contra los que nos prevenía Jordi Gracia en un artículo que también anotamos. El autor además nos prevenía (o nos prevenía sobre todo) contra la reacción que puede suscitar y ha suscitado esa exitosa rama de la propaganda, bendición del comercio de libros, que en los últimos tiempos ha reclutado tanta clientela en España. El neoantifranquismo visceral, avisa Jordi Gracia, es también un letal autoveneno, una droga que puede cegarnos la inteligencia, un magnífico corruptor de neuronas.
Se le ven solamente los músculos (es un saco de músculos), pero seguramente Schwarzenegger tiene muchas (o algunas) neuronas corrompidas. Se despide del año matando, por verdugo interpuesto, a un condenado a muerte que hace el número 12 de ejecutados en California tras la reinstauración de la pena capital. El caso Williams ha puesto en pie de paz a mucha gente, pero no ha sido bastante el alboroto para que Terminator decidiera perdonarle la vida al reo condenado por el asesinato de una familia y convertido en militante pacifista. Es sintomático: los negros constituyen tan sólo el 12% de la población norteamericana, y sin embargo 42 de cada cien condenados a muerte en Estados Unidos son negros. Williams, naturalmente, era negro. Pero el problema no es la inclemencia de Arnold Schwarzenegger, sino el papel que encarna con toda propiedad y cómo representa un conjunto de intereses concretos, superiores a su propia persona y corruptores de sus muchas o pocas neuronas.
¿Quién corrompió las muchas o pocas neuronas del etarra Javier García Gaztelu, alias Txapote? Anoto la noticia de que será juzgado, previa autorización francesa, por seis asesinatos. Asesinó o mandó asesinar a los concejales populares Gregorio Ordoñez, Miguel Angel Blanco y José Luis Caso, al abogado Fernando Múgica, hermano del Defensor del Pueblo, Enrique Múgica, al sargento de la policía municipal de San Sebastián Alfonso Morcillo y al brigada del Ejército de Tierra Mariano de Juan. También asesinó o mandó asesinar, aunque por el momento no se le juzgará por ello, al portavoz socialista del Parlamento vasco Fernando Buesa y a su escolta. Txapote aún no ha cumplido cuarenta años, pero puede (¿podrá?) releer su currículum y sentir vértigo, horror, qué sé yo, quizás tan sólo amnesia o quizás, quién lo sabe, hasta un íntimo orgullo. Al fin y al cabo, sus camaradas han sido homenajeados como auténticos héroes durante años, y aún lo son en cuanto la ocasión se presta o hay vacante para ocupar el puesto de reina de las fiestas.
Pero, ¿quién corrompió las muchas o las pocas neuronas del eficiente etarra Javier García Gaztelu? ¿Cómo es posible conseguir, en una sociedad como la nuestra, activos activistas de la muerte con las neuronas tan envenenadas como Txapote? El encuestado calla. No sabe, no contesta. "Hay momentos en que no sabes quién eres", dice Emilio Lledó, "porque llegas a ser un propagandista de la mentira, ya no eres un ser humano". Gracias a ello es posible, nos explica Lledó, que Condoleezza Rice hable tranquilamente de derechos humanos sin arrugarse el moño. O que Arnold Schwarzenegger duerma plácidamente, seguro de ser un probo y ejemplar ciudadano. Gracias a ello, es decir, por culpa del maldito veneno que envenena las neuronas y el alma, ni García Gaztelu, ni Condoleezza Rice, ni Arnold Schwarzenegger se han convertido en Bartlebys, ya saben, gente que en un momento dado decide que prefiere no hacerlo, por ejemplo: no organizar una guerra ilegal, no ejecutar a un condenado a muerte, no asesinar de un tiro en la nuca a un chaval del PP una tarde de julio.
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