Zapatero homenajea a los 17 militares muertos en el accidente de helicóptero de Afganistán
La investigación apunta a que el aparato volaba demasiado próximo al suelo
"Que la sangre española que riega esta tierra haga germinar la paz para el pueblo afgano", reza la lápida colocada desde ayer junto a la aldea de Casma Khani, donde el pasado 16 de agosto perdieron la vida los 17 militares españoles que viajaban en el Cougar que se estrelló. El presidente José Luis Rodríguez Zapatero subió a bordo de un helicóptero del Ejército de Tierra de las mismas características del siniestrado y repitió el mismo trayecto: apenas siete minutos de vuelo desde el aeropuerto de Herat, al este de Afganistán, hasta la colina contra la que impactó.
Todavía no se ha terminado el informe definitivo sobre las causas de la tragedia, pero quienes conocen la investigación aseguran que lo decisivo fue que el aparato volaba demasiado bajo -entre tres y diez metros, cuando la altitud mínima recomendada por el Ejército de EE UU es de 30- y que otras circunstancias, como el viento fuerte y racheado, no hubieran tenido tan fatales consecuencias de no haber sido por la primera.
En el lugar de la tragedia, esperaban al jefe del Gobierno y a su séquito varias decenas de notables locales, todos varones, quienes le dieron uno por uno su pésame. Una sección de honores de la Brigada de Montaña desentonó La muerte no es el final a voz en grito, mientras un corneta desafinaba el toque de oración. No importó, porque en aquel paraje desolado y solitario sonó a música celestial.
El presidente del Gobierno fue el encargado de plantar el primero de los árboles en memoria de los fallecidos. Cogió la pala con el mismo ímpetu que si estuviera dando sepultura a las víctimas. Le siguieron los ministros de Defensa y Exteriores, José Bono y Miguel Ángel Moratinos, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, Félix Sanz, los jefes del Estado Mayor del Ejército de Tierra y de la Fuerza Aérea y así hasta 17.
Es dudoso que las frágiles coníferas sobrevivan en este entorno desértico, pero, como dijo el presidente del Gobierno a los soldados, "un pueblo es digno cuando recuerda a los que han dado la vida por servirle" y los 17 militares muertos estarán "siempre en la memoria" de los españoles. Fue una arenga atípica la que protagonizó Zapatero en la cafetería de la base de apoyo avanzado de Herat, ante una nutrida representación de los 357 españoles allí destinados.
El presidente no vistió de uniforme, como acostumbraba su antecesor José María Aznar; compareció ante las tropas con un traje de pana marrón y un jersey de cuello de cisne beis. Ni siquiera terminó su discurso con los tradicionales vivas al Rey o a España. Pero trasladó a los militares "un abrazo sentido y cercano" del jefe del Estado e hizo un elogio de los militares españoles, de los que alabó su profesionalidad y espíritu de sacrificio, y de la bandera española, que le servía de telón de fondo, y a la que calificó de "estandarte de la paz en el mundo" y símbolo de un "un país democrático y comprometido" con los problemas de la humanidad. Sus primeras palabras fueron, sin embargo, de condolencia por el cabo primero y el marinero fallecidos ayer en una explosión a bordo de la fragata Extremadura en Ferrol.
El mal tiempo obligó al presidente a cancelar su desplazamiento al Equipo de Reconstrucción Provincial (PRT) de Qal-i-Naw, a unos 150 kilómetros de Herat, bajo responsabilidad española. La Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) ha puesto en marcha varios proyectos en materia de carreteras, traída de agua potable e infraestructura hospitalaria por valor de 10 millones de euros. Sin embargo, no ha conseguido atraer a ninguna ONG y la única que actúa en la zona, una alemana ligada a la orden de Malta planea retirarse, por lo que la misión sigue desequilibrada hacia la componente militar.
En total, la estancia de Zapatero en Afganistán superó las ocho horas. Llegó a las 8.15 locales -tres horas y media menos en la Península- a la base de Herat, donde fue recibido por el coronel español que la manda, José María Maestre, el gobernador provincial, Enayatullah Enayat, y el general italiano Rossi, coordinador de todos los PRT de la zona oeste.
Tras recibir honores, pasó revista a una sección de soldados españoles y un pelotón internacional, ya que en Herat hay también militares italianos, eslovenos y búlgaros. Oficialmente, no quedan estadounidenses en la provincia, pero a sólo 11 kilómetros se encuentra Camp Victory, un cuartel afgano organizado por instructores americanos al margen de la operación de la OTAN. A continuación, Zapatero visitó las instalaciones de la base, que hace honor tanto a su nombre (Camp Arena) como a su símbolo (un escorpión), con especial detenimiento en el hospital Role 2, que aunque dirigido a los militares de la coalición ha empezado a atender a la población local. Entre otros proyectos, el coronel le explicó el próximo traslado del hospital desde tiendas de campaña a contenedores. Y es que los militares españoles se preparan para pasar su primer invierno en esta parte de Afganistán.
El país real
Más allá de las alambradas de la base y de la visión panorámica desde el helicóptero, el presidente José Luis Rodríguez Zapatero quiso aventurarse a la vecina ciudad de Herat (200.000 habitantes) para oler la realidad de Afganistán.
Fue un paseo improvisado de media hora de duración en el que no llegó a poner pie en tierra, pero le sirvió para grabar en su retina la dura realidad de un país en el que los soldados españoles llevan ya cuatro años y seguirán, como mínimo, una década más.
El presidente pudo comprobar que la mayoría de las mujeres llevan burka, a pesar de la caída del régimen talibán, y que la miseria de la inmensa mayoría convive con la opulencia de unos pocos.
A pesar de la aparente calma de la zona, la comitiva circuló en un Vamtac (vehículo de alta movilidad táctica) y dos Nissan blindados y se dio la vuelta cuando se vio atrapada en el caos circulatorio de bicicletas, motocarros, camionetas y todo tipo de vehículos desvencijados.
Al regreso, el presidente se declaraba impresionado de descubrir una realidad así en pleno siglo XXI. Qali-i-Naw, que no llegó a visitar, es bastante peor.
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