Los hijos de Elisabeth Eidenbenz
Una exposición rinde homenaje a la enfermera que ayudó a nacer a cientos de hijos de exiliadas republicanas
El Palau Robert empieza a llenarse de gente modesta, abrigada con sus cazadoras acolchadas, señoras menudas, señores un poco rechonchos, que llegan hablando en francés y que se quedan mirando con la boca abierta las fotografías de cuando ellos nacieron. Son hijos de los españoles que por perder la guerra fueron a parar a los campos de refugiados, o de concentración, de Argelès, Rivesaltes, Sant Cebrià de Rosselló... (Hubo un poeta, Antonio Machado, que cruzó en los mismos días que ellos esa parte de la frontera acompañado de su madre anciana y que llevaba en un bolsillo escritos sus últimos versos, que decían: "Estos días azules y este sol de la infancia"). El Palau Robert se llena de gente modesta que ha llegado en autocar en busca del sol de su infancia y de unos días que fueron azules en un cielo lejano. Algunos traen fotocopiadas las fotografías de sus padres todavía vestidos de soldados. Son hijos del exilio y de la República, matrimonio que parece que va ya para toda la vida.
En la maternidad de Elna, en el Rosellón, nacieron 597 niños entre 1939 y 1944
Han venido a Barcelona para visitar la exposición sobre la maternidad de Elna y acerca de su fundadora, la enfermera suiza Elisabeth Eidenbenz, la mujer que les salvó la vida o que sencillamente les trajo a la vida. En los campos de concentración donde Elisabeth desempeñaba su labor humanitaria había una mortalidad infantil del 95%; a las mujeres, cuando tenían que dar a luz, se las llevaban a parir a unas caballerizas de Perpiñán, y por eso en la exposición se alternan almohadas y sacos de paja. Contra esta adversidad, que está fotografiada en las paredes del Palau Robert, contra los niños esqueléticos y con el vientre hinchado, como llevando una bomba de hambre en la barriga, contra la reclusión entre alambres de espino de las mujeres embarazadas envueltas en mantas, se sublevó la "señorita Elisabeth", así empezaron a llamarla las madres, y en poco tiempo habilitó como maternidad en la localidad rosellonense de Elna un palacete de tres plantas que se hallaba en ruinas. Entre 1939 y 1944 nacieron allí 597 niños. Durante el primer año llegaron al mundo, gracias al esfuerzo de la enfermera Elizabeth Eidenbenz, seis criaturas. Pueden verse fotos de esos niños con juguetes.
Elizabeth Eidenbenz tiene ahora 92 años y vive junto a los bosques de Viena, como una emperatriz romántica y heroica. No ha podido asistir al homenaje que sus niños -a sus más de 60 años aún quieren ser sus niños- y el Programa Memorial Democràtic de la Generalitat de Catalunya le rindieron en el Palau Robert con motivo de la inauguración de esta exposición, abierta hasta el 29 de enero; pero envió para que la representara a su primo Paul, que citó unas palabras de Elisabeth: "Me llamaron y fui. No me lo pensé mucho. Ha sido una gran suerte poder hacer lo que había que hacer". A Elisabeth Eidenbenz se la puede ver y escuchar en un vídeo que se pasa durante la exposición. A Elisabeth Eidenbenz la envuelve una hoguera de pelo blanco y cuando recuerda delante de la cámara una de las canciones que aprendió de aquellas mujeres españolas elige "Eres alta y delgada", acaso porque en la letra sale la palabra madre.
En la maternidad de Elna también dieron a luz refugiadas judías; entonces Elisabeth falsificaba el registro e inscribía a sus hijos con nombres españoles para ocultárselos al nazismo. El judío Vladimir Zandt fue uno de esos niños y ha asistido al homenaje a Elisabeth Eidenbenz. Vive cerca de Bayona, en una calle que lleva el nombre del pacifista Jean Jaurès, y dice que a lo largo de su vida ha vuelto dos veces a Elna porque se siente nieto de Elisabeth e hijo de todas las madres que conoció allí. Otro hombre, que se llama Bonifacio, explica a quienes le saludan que él y su hermano Marcelino también nacieron en la maternidad de Elna, y cuenta que apenas recuerda nada de aquellos días, pero que siempre que piensa en ellos se emociona, y a continuación relata la historia de amor de sus padres en el campo de concentración. Y un tercer señor, bajito, con bufanda roja y gorra de marinero, que vive en Perpiñán, se ha presentado en la exposición con una bandera republicana sujeta a una varilla de aluminio, y se pasea solitario con su bandera. La gente vuelve a los sitios como la memoria vuelve a oleadas, y a tsunamis si es preciso.
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