Suspiros de España
Lleva catorce años Pérez-Reverte luchando, cada domingo, desde El Semanal, contra molinos, gigantes, vizcaínos -sí, vizcaínos, véase su ponderada puntada contra una ilustre señoría del PNV a cuenta de...-, galeotes y demás malandrines. Su espada, bien enseñada por Alatriste, no da golpe al aire, sino que hace, siempre, sangre. A la primera, que nada más sentir el contacto, satisfecho, eleva el acero. Son unos seiscientos los mandobles ya dados y con ellos han salido varios libros, cuatro con éste. Reverte se beneficia del auxilio de José Luis Martín Nogales, que se responsabiliza del expurgo y bien meditado escrutinio y ahora en esta nueva entrega caben unos buenos puñados, acaso los de más sustancia, escritos entre 2001 y 2005. Y Reverte deja hacer al compinche Martín Nogales mientras pellizca suavemente su espada. "Rediós. Hay días", escribe, "en los que me gustaría ser lansquenete de Carlos V". Casi nada, lansquenete de Carlos V. Rediós o Bi got, que era el grito, Por Dios, que enardecía a los lansquenetes. Los del Emperador, y usted perdone -parece decir- que por la radio me está sonando, oiga usted, paisano de esta vieja piel de toro tan cuarteada por las diversas acometidas entre los de las mismas tribus; que eso, que está sonando Suspiros de España.
NO ME COGERÉIS VIVO (2001-2005)
Arturo Pérez-Reverte
Alfaguara. Madrid, 2005
537 páginas. 18 euros
A Pérez-Reverte, víctima de
ese mal tan español, le duele España, y se pregunta a qué llaman los otros España. Se encoleriza mucho Pérez-Reverte en sus artículos: fluyen mejor si son aguas de espuma, sus palabras se las lleva la corriente. Reverte, lo saben sus lectores, acomete siempre de frente e igual carga contra cualquier mameluco políticamente correcto, contra cualquier nacionalista al que le hierve la olla como si fuera pócima de druida, o le toca al humilde empresario que ha dejado de fabricar los calzoncillos que se ha enfundado siempre, sin marcas conocidas ni mariconerías -la cursiva para resguardarme del Libro de Estilo y porque es palabro sanamente legionario que suele utilizar a menudo- que no van a ninguna parte. Sorprende lo broncas que es arremetiendo con tantas memeces a las que tiene que echarles el quién va, y de rodillas, no, que pudiera parecer debilidad, sino tieso delante del toril, viéndolas venir.
Pero hay también un Pérez-Reverte más tierno, que simula un buen adjetivo, o dos, una metáfora conseguida y la siguiente también, pero bien simulada, eso sí, no vaya a ser, lo dicho, debilidad. Es el que escribe artículos que parecen hermosos relatos, historias con los bajos bien asentados en tierra, son artículos como el de la foto del abuelo, el del crío del salobre -si me hubieran preguntado, le hubiera dado el González Ruano, y no por el que le premiaron, pero a lo mejor estaba fuera de plazo- o el de las cuatro calles de Madrid, ese espléndido vuelo a ras de historia con, al final, remontada reverteriana: al Ministerio de Cultura que le den. En el saco que ha preparado Nogales hay donde escoger, donde ir codo con codo con él: dónde hay que firmar, y también por qué no, a riesgo de suicidarse con tal espadachín, dónde plantarse.
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