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Columna
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Noche caliente

Entré al bar y todo el mundo se volvió. Mientras avanzaba me sentí acribillado por miradas de curiosidad y lascivia, incluso la persona que estaba detrás de la barra me realizó un strip-tease visual. Nunca me he sentido tan deseado como aquella noche en el HOT. Este local es una de las guaridas de osos más antiguas de Madrid. Un amigo gay satisfizo mi curiosidad de conocer el interior de un ambiente al que se accede llamando a un timbre. El HOT, junto con otros lugares en Chueca como el Bear's Bar, Enfrente o The Paso, congrega a esta tribu gay caracterizada por su opulencia física, su abundante y desarrollado vello corporal y, en ocasiones, por su aversión al desodorante. La semana pasada Madrid acogió con gran éxito el encuentro internacional de osos, convirtiendo Chueca en un Yellowstone sexual.

Aquel día, con mucha precaución y congoja accedí al piso inferior del HOT donde se encontraba el cuarto oscuro. Era pronto, así que, afortunadamente para mí, el habitáculo en tinieblas estaba vacío. Aunque mi relación con aquel entorno fue leve, el simple acceso al bar me proporcionó una sensación inédita. Por primera vez experimenté lo que debe de sentir cada noche una chica explosiva al entrar en cualquier garito heterosexual (y lésbico, imagino): la corazonada de poder iniciar una relación sexual con casi todos los inquilinos del lugar.

La gran diferencia entre una chica despampanante y un gay es que él aprovechará su atractivo, su escasez de prejuicios y, sobre todo, su exaltada lívido. La chica, en cambio, lo más probable es que vuelva a casa y se desnude sola. La liberación de la mujer le ha permitido gozar del sexo sin remordimientos ni censuras sociales, sin embargo las relaciones entre hombres y mujeres no han desembocado en una orgía, ni siquiera en un intercambio sexual sencillo y copioso como preveían muchos (y deseábamos casi todos).

Las chicas han salido del armario que celaba sus instintos y deseos, pero resulta que ese mueble era mucho menos profundo de lo que pensábamos. Una vez que la euforia del feminismo ha amainado y el escenario social permite mostrar y saciar las apetencias sin amonestaciones ni estandartes, hemos descubierto que las mujeres no sólo declinaban las demandas sexuales masculinas por el miedo a convertirse en putas ante los ojos del vecindario o de su propia conciencia, sino porque no les apetecía.

La mujer tiene pendiente una batalla por la igualdad laboral y contra la violencia doméstica, pero la lucha por la liberación sexual ha terminado, no cabe esperar una mayor desinhibición. Esto es lo que hay. Muchas predican que les gusta tanto el sexo como a los hombres y, aunque en el momento cumbre disfruten tanto o más que nosotros, son mucho más inapetentes y perezosas en el trayecto. Los bares todavía están atestados de chicos invitando a copas a las chicas que escuchan asqueadas o encantadas sus piropos gritados al oído. Los dormitorios están llenos de hombres que se masturban antes de dormir porque la chica les rechazó para irse a la cama a dormir.

Ser gay es un inconveniente en una sociedad donde aún no están perfectamente integrados y aceptados. Sin embargo, tienen la inmensa suerte de acceder a una vida sexual, dentro de las limitaciones de su grupo, intensa, fácil, abundante y variada. La fantasía de cualquier hombre heterosexual sería que su pareja fuese tan propicia al sexo como ellos mismos. Pero esto sólo parece posible entre homosexuales.

Desde finales de los noventa Madrid acoge el Mad.Bear y Chueca se ha convertido, según aseguran muchas guías turísticas, en el barrio gay por excelencia de Europa. En nuestra ciudad también se citan regularmente y vía Internet los chasers o cazadores, otra tribu gay a la que, como su nombre propio indica, le gusta perseguir osos pero sin formar parte de su camada. La naturalidad con la que los gays tratan su sexualidad, muy lejos de los tabúes, los complejos y los compromisos que encasquillan a los heteros, les lleva hasta el humor. Los hombres hemos aprendido a reírnos de nuestras obsesiones, nuestra dependencia e incluso nuestras frustraciones sexuales. La intensa y continua presencia del sexo en nuestras vidas nos permite tratarlo con confianza, bromear con él. Que las chicas no le hagan mucho caso o lo invistan de solemnidad, en cambio, no tiene ninguna gracia.

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