¿Un país en migajas?
Estoy perplejo por lo que he encontrado aquí, tras vivir fuera de España algo más de un año. Y eso que cuando estaba en México seguía día a día la prensa nacional, qué iba pasando en España, cómo marchaba la opinión, qué se decía. Hay que rendirse a la evidencia. Con todas las virtudes que tiene Internet, resulta insuficiente para completar el cuadro y para hacerse una idea completa de cómo anda el patio. Están la comunicación informal, los comentarios personales, las opiniones que saltan al desgaire en las conversaciones, los lugares comunes que imperceptiblemente se crean a lo largo de un año, los programas de radio... Imprescindibles, si uno quiere saber del todo de qué va esto. ¿Por qué ahora todo el mundo, hasta en los anuncios, dice lo de "pues va a ser que sí", o "va a ser que no"? Es nuevo el modismo. Al principio extraña, y al de dos meses se hace pesado.
Pero mi perplejidad no se debe sólo a la aparición de neosonsonetes que durarán un par de años y después se irán olvidando. Mi incertidumbre arranca de la tensión ambiental, apenas atisbada desde lejos en su intensidad. La verdad, sorprende la estridencia mediática y, también, el enconamiento pasional que puede percibirse en amplios sectores acerca del socialismo en el poder o, al menos, en torno al Gobierno de Rodríguez Zapatero, que viene a ser lo mismo, aunque a veces se sugiera que no. No es sólo que abunden los comentarios -por lo común mediáticos, en este caso- sobre el atentado del 11 de marzo y sus presuntas consecuencias electorales, formulados en plan deslegitimador. Es que, sobre todo, proliferan las descalificaciones, a mansalva y con inaudita saña, por las cuestiones más diversas, sea por el Estatut, sea por la política exterior, por el matrimonio homosexual, por lo de Ceuda y Melilla, por las negociaciones con terroristas, por el trasvase de agua, por los pactos socialistas, por las novedades educativas, por despistes gubernamentales... mayormente, por todo. Imagino que de lo que no se habla, de economía, se debe a que va bien o a que no hay aún por donde hincar el diente.
Se diría que buena parte de nuestra ciudadanía está a lo que salte, a la busca del fallo; con lupa de mil aumentos, presta a saltar a degüello. No es que uno vea mal esta faz sobrevenida de un país intensamente preocupado por la cosa pública, siguiendo al dedillo los avatares políticos. Pero sorprende esta atención sistemática al desliz (¿o estropicio?) gubernamental, que contrasta con la parsimonia que solía acompañar a estas cosas. También llama la atención que, por lo común, los posicionamientos hostiles - éste es el término- no parten de una visión de conjunto de la gestión socialista, de una evaluación o calificación global, sino que están parcelados, especializados, por decirlo así. De hecho, cuesta averiguar qué piensa el interlocutor, genéricamente, sobre cómo van las cosas, por mucho que tenga opiniones formadísimas, indignadas, acerca de algún aspecto de la gestión gubernamental.
Todo reside, parece, en la revisión airada de aspectos puntuales. Se diría que nuestra vida pública se ha fragmentado conceptualmente y que cada pedazo sirve para montar una trinchera con su correspondiente guirigay. Así que hay para todos; para todos lo que quieran apuntarse al desgaste público, si es que se trata de esto. Puede un meterse en el corro del antimatrimonio homosexual, o en el de la enseñanza de la religión, o en el corro del noEstatut o del antiMoratinos o en el de SalvaunidadesdeEspaña o en el Vaderetronegociación etc. Puede uno discrepar del resto de los corros, según la afición ideológica de cada cual, pero formar parte del mismo coro.
¿Estamos ante la dispersión en migajas de la opinión? Es posible, pero, si es así, constituiría magro consuelo, desde el punto de vista del Gobierno. El todo se compone de partes. Grano no hace granero, pero ayuda al compañero.
Al margen de sus efectos políticos, la mala uva que se otea por doquier plantea una cuestión crucial. ¿La hostilidad mediática y ambiental, cuando la hay, es consecuencia de desastres gubernamentales, o posición previa, un punto de partida? ¿Nos hemos instalado en la crispación y nos toca vivir en ella un rato largo? Pues va a ser que sí. O sea, que esto da mucha pereza.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.