Un socio peligroso
No lo dijo así, pero al presidente del Gobierno se le entendió claramente que estaba hasta la coronilla de los desplantes y otras inconveniencias provocados por los de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Ocurrió el martes en el Congreso, en uno de los corrillos que suelen formarse tras la conmemoración oficial del aniversario de la Constitución, a la que no acudieron los representantes de Esquerra: habían elegido como forma de celebración un acto consistente en arrancar en plena calle páginas escogidas de un ejemplar de la Norma Fundamental. Aunque en ningún momento dijo algo que augurase un deseo de romper la alianza que mantiene con ese partido, Zapatero tuvo interés, por algún motivo, en que quedase constancia de que hay cosas de ese grupo que "no le gustan nada".
Seguramente esté harto de que Carod le diga que si no hace lo que le dice, "el Gobierno tendrá los días contados". La negociación de los Presupuestos ha ampliado el estrecho margen de maniobra con el que contaba Zapatero y lo ha corroborado la reciente oferta de Artur Mas, que ha mostrado su disposición a cooperar en el futuro con el PSOE al tiempo que rechazaba cualquier pacto con el PP durante "al menos una generación". De Esquerra cabía esperar que su entrada en el Gobierno catalán y sus acuerdos con los socialistas le hubieran hecho evolucionar hacia actitudes responsables y mesuradas. Pero no ha sido así.
Los socialistas también perciben que el desgaste que revelan las encuestas no se debe tanto al contenido del proyecto de nuevo Estatuto -que la gente desconoce- como a la irritación que en su electorado potencial producen las provocaciones de los de Carod en relación a otras muchas cosas: desde sus despectivos comentarios sobre la candidatura olímpica de Madrid hasta la exigencia de que el Gobierno pida públicamente perdón por la guerra del Rif, que acabó hace más de 80 años, y el Rey, por el franquismo. Zapatero citó esto último y el encadenamiento de cinco militantes ante la emisora de la Conferencia Episcopal, con presencia de dos diputados de ERC, como ejemplo de esas cosas que no le gustan.
La experiencia de la colaboración con un partido que tiene actitudes y gesticulaciones propias de una formación antisistema está resultando frustrante, por más que los socialistas se abstengan normalmente de reconocerlo en público. La idea de que el componente de izquierda primaría, por ser compartido, sobre el referente nacionalista está por verificar. Y el Día de la Constitución fue una ocasión para dejarlo caer.
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