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Columna
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V de Vietnam

Lluís Bassets

Como hace cuatro décadas, Estados Unidos está perdiendo una guerra. La de Irak tenía entre sus objetivos la superación de los traumas nacionales que aparecieron con la guerra de Vietnam, pero, de seguir así las cosas, regresarán redoblados. El fantasma, de momento, ya está ahí, aunque sean muy distintos el momento histórico -la guerra fría, entonces; el mundo unipolar, ahora- y las condiciones de los enemigos correspondientes -un disciplinado régimen comunista, en un caso; un conglomerado de grupos armados de muy diverso calibre e ideología, en el otro.

Algunos detalles para la comparación. Como le pasó entonces a Lyndon B. Johnson, a George W. Bush ya sólo le apetece hablar ante públicos fieles y entusiastas, militares principalmente. Este Bush en guerra, como Johnson en guerra, se halla cada vez más aislado y con dificultades de comunicación con su propio equipo dentro de la Casa Blanca, según sugieren los comentaristas que más atentamente siguen los asuntos de Washington. Y de ahí los actos preparados para obtener un poco de calor en medio de tanto frío, como su intervención sobre Irak ante los guardiamarinas de la Escuela Naval de Annapolis, en Maryland, el pasado 30 de noviembre.

El Ejército de entonces sufría la erosión de la conscripción obligatoria, que extendió la protesta por los campus universitarios e hizo llegar la impopularidad de la guerra a todas las clases sociales. El Ejército profesional de ahora sufre la erosión del gasto y de las rotaciones, de forma que muchos expertos consideran que no es posible seguir la ocupación de Irak en las condiciones actuales. Según el economista y columnista del Times de Nueva York Paul Krugman, "el soberbio ejército voluntario heredado por Bush está al borde del colapso". Empiezan a levantarse voces atronadoras que piden la retirada, como la del congresista demócrata John Murtha, considerado un halcón y condecorado en Vietnam. Otras voces, como la del senador John McCain, que apuestan por la continuación de la ocupación, claman en cambio por un punto final a las pésimas prácticas con los prisioneros, que destrozan la moral de las tropas y la imagen de Estados Unidos en el mundo, un capítulo por cierto en el que cabe incluir los vuelos y cárceles clandestinas de la CIA en Europa.

Hay más detalles para la comparación. El mejor de todos: Seymour Hersh está otra vez encima. Este periodista descubrió en 1969 la matanza de My Lai y puso contra las cuerdas a Johnson; él ha sido también quien ha descubierto los horrores de Abu Ghraib; y es quien esta misma semana cuenta en The New Yorker (newyorker.com) cómo Bush está preparando una retirada encubierta, acompañada de bombardeos aéreos, que recuerda inconfundiblemente lo que se hizo en Vietnam. Con Nixon se llamó vietnamización de la guerra. Ahora es la iraquización.

¿Cuáles son los planes que está barajando la Administración de Bush? Se trata de preparar una retirada escalonada de las tropas y la sustitución de su acción por bombardeos aéreos guiados por láser. Para 2008, toda la seguridad militar debería estar en manos de los iraquíes, y los norteamericanos se limitarían a prestar apoyo aéreo, instrucción y asesoramiento. Estos planes tienen muchos inconvenientes. Es difícil creer que Irak se dote rápidamente de un ejército eficaz y realmente dedicado a la pacificación. ¿Y quién decidirá y señalará los objetivos de los bombardeos? Pero uno de los mayores inconvenientes es propagandístico: estos planes fácilmente se pueden entender como una derrota.

De ahí la presentación, ante el público entregado de Annapolis, de la Estrategia Nacional para la Victoria en Irak. Sus autores ahuyentan la idea de que la victoria sea un acontecimiento o batalla, o que el enemigo vaya a rendirse. Será una victoria por etapas, y contará como un momento decisivo de la guerra contra el terrorismo, una guerra que "es el reto de nuestra generación, al igual que la lucha contra el comunismo y el fascismo lo fue de las generaciones anteriores". Para el próximo año, aseguran, las tropas americanas cambiarán de misión: saldrán de las ciudades, se reducirá el número de bases, y habrá menos patrullas y convoyes. Y, claro está, "podremos ayudar, asistir y entrenar, pero son los iraquíes quienes a fin de cuentas deberán eliminar las amenazas a su seguridad en el largo plazo". Es decir, la victoria se producirá, pero no sabemos cuándo ni cómo, ni siquiera si será propiamente una victoria. Y difícilmente puede esperarse que sea a corto o medio plazo, que es lo razonable. Le llaman victoria, pero es otra cosa.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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