Madrid natural
FERNANDO DELGADO
Hoy, fiesta litúrgica de Nuestra Señora la Constitución, me apresuro a felicitarla por el logro de haber atraído a su regazo a los otrora infieles; no quiero correr el peligro de ser reprobado por la archicofradía constitucional que celebra novenas y vigilias en honor de la Constitución inmaculada. Pero, además de rezarle para que nos preserve de los malos humores, como Reina y Señora de la Concordia, acudiré esta mañana a su templo de la Carrera de San Jerónimo para pasar lista. Es posible que algún concelebrante de la gran misa laica con la que se ha de venerar esta mañana al texto sagrado no acuda al altar parlamentario y se halle de puente vacacional para cobrar fuerzas. Tal vez las necesite para la cruzada emprendida en nombre de la Constitución, en cuya letanía deben invocarla también como Señora de la Paz, que es una necesidad creada por los que organizan al mismo tiempo los conflictos.
Lo cierto es que, puesta por todos nosotros en los altares y especialmente venerada por los conversos, situada ya en el santoral, como no es corriente que suceda con sus homólogas de los países democráticos, que carecen de fiesta propia, nuestra Constitución de 1978 no ha sido llamada la Nicolasa, aunque bajo el signo de san Nicolás de Bari fuera bendecida en referéndum un 6 de diciembre, como fue llamada "la Pepa" la de 1812 por haber nacido cuando los pepes de España celebraban su onomástica un 19 de marzo. Ahora bien, la renuncia al apelativo cariñoso y castizo no obedece a que esta madrileña sea más laica que la de Cádiz, sino que, queriéndola algunos ahora para blandir la espada en su nombre y venerarla con impostura, parece oportuno no entrar en semejante tratamiento confianzudo. Y no porque el sentido del humor de los madrileños sea distinto o inferior al de los gaditanos, en cuya ciudad vino al mundo la Pepa -el de Madrid es un humor de humores-, pero tampoco porque habiendo sido parida en Madrid intentemos ahora reclamar el título de villa constitucional para nuestra villa u ofrecer la idea al alcalde o a la muy constitucional presidenta.
Dada la moderación política de la dama de hierro regional, que aunque haya vuelto a nacer en estos días, según propia declaración, sigue siendo la misma, no se espera de ella el reclamo de la Constitución como natural de Madrid, provincia de Madrid, por el peligro de que este dato de origen o seña identitaria, como se dice ahora, le reste devociones entre sus fieles de toda España enterita. Sin embargo, convertida la Puerta del Sol, que viera el poeta como rompeolas de todas las España, en escenario de la proclamación de la España única y sin matices o rompeolas exclusivo de sólo una España, el madrileñismo de la Constitución ofendida puede que incluya al oso y al madroño como emblemas. Se habrá convencido ahora Álvarez del Manzano de que su idea de hacer un manifestódromo para aislar a los autores de las algaradas callejeras pudo haber acabado en el inconveniente de que sus correligionarios no lograran hacer de la Puerta del Sol el marco simbólico de su contestación a Cataluña. Y no descartaría yo que nuestro alcalde actual, en su afán de aumentar los atractivos de Madrid y sus ingresos por turismo, se decidiera a hacer un santuario de la casa natal de Santa Constitución para convocar también allí a los devotos del PP con el mismo éxito de público y venta de souvenirs con que el Opus los lleva a su santuario de Torreciudad.
Hasta ahora, sólo un monumento laico y discreto, parecido a un laberinto, honra a la Constitución en su modesta y moderna geometría frente a Nuevos Ministerios. Pero eso parece poca cosa. Sobre todo ahora que la Constitución ha sido capaz de meter en su redil a una extrema derecha que no solía mezclarse con la derecha democrática para estas aclamaciones. De modo que es posible que ya merezca la Constitución al menos un monumento, con efigie y todo, comparable al que los devotos de la Virgen han erigido para rezar el rosario en torno a ésta los primeros sábados de mes. No creo que la derecha municipal y autonómica deje al ministro de Defensa de la izquierda descafeinada la iniciativa de un sarao mensual para postrarse ante la Constitución, tan ofendida por los pecados mortales de todos los nacionalismos, menos uno, el español, mientras se absuelven en su nombre los pecados, al parecer veniales, de especuladores del ladrillo y del voto, de los obstruccionistas de la voluntad popular o de los mafiosos que transitan a gusto por los subterráneos de la España democrática.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.