Un ilustrado militante
Cuando se debate en nuestro país sobre la laicidad en la escuela, sobre el estatuto académico de la asignatura de religión, sobre la conveniencia y el perfil de una asignatura de educación cívica, etcétera, casi siempre como es lógico se mira hacia el futuro y sólo muy ocasionalmente se lanza una ojeada hacia nuestro pasado. Desde luego creo que así debe ser y nadie simpatiza menos que yo con los maniáticos de caminar hacia delante con el rostro vuelto para atrás: siempre los encuentro mucho menos salados que la mujer de Lot.
Pero precisamente en el terreno de la educación, entendida en el sentido formativo y cívico de la palabra, un poquito de memoria puede en ocasiones venir bien: no para justificar ni planear lo que queremos llegar a ser, que otras razones de peso hay para sustentarlo, sino para desactivar las diatribas que llegan contra los cambios desde rincones y cuevas que emplean hoy desvergonzadamente los razonamientos liberales y aún libertarios, cuyo ejercicio impidieron con todas sus fuerzas en el ayer dictatorial. Es a medias ultrajante y a medias risible que flameen ahora la bandera de la libertad de enseñanza y aboguen por el derecho irrestricto de los padres a elegir el formato moral de educación para sus hijos precisamente los representantes del mismo tipo de escuela clerical que durante toda la dictadura franquista medró gracias a que no existían ni tal libertad ni tal derecho. Conviene de vez en cuando, por tanto, conocer el decurso biográfico y académico de los pocos que en circunstancias tan adversas intentaron precisamente abrir camino a las oportunidades de que hoy disfrutamos, padeciendo por ello, mientras algunos -los mismos más o menos que antaño- siguen intentando cortocircuitarlas.
EL LARGO COMBATE DE UN VIEJO LAICISTA
Juan Pablo Ortega
Biblioteca Nueva
Madrid, 2005
238 páginas. 14,50 euros
Uno de esos luchadores de
la tan prolongada batalla es precisamente Juan Pablo Ortega. Durante toda su felizmente larga vida defendió cuanto era posible una actitud realmente ilustrada, como educador y como ciudadano: propugnó el laicismo sin intransigencia en las aulas, el progresismo sin purgas ni truculencias en la política, la apertura sin estridencias a la diversidad erótica con que los humanos damos cauce legítimo a nuestras necesidades afectivas. Desde luego no le fue fácil ni cómodo, como cualquiera con algo de memoria realista puede suponer.
Ahora, con la madurez que sigue vigilante y fecunda de sus ochenta primeros años, reúne en este libro lo más notable de su experiencia y de sus lecciones. Son recuerdos, comentarios, artículos de prensa, charlas y hasta cartas al director enviadas a algunos diarios, en los que reflexiona sobre cuestiones de actualidad pero sin dejar nunca de relacionarlas con necesarios principios de juicio recto. Se apoya para ello, a parte de en su excelente fondo cultural, en las numerosas peripecias vividas durante su trayectoria como profesor de enseñanza media en España y también en sus estancias en países extranjeros. Y siempre logra -incluso a través de lógicas y necesarias discrepancias- suscitar en los lectores la reflexión y sobre todo la ilusión de esforzarse por mejorar sin refugiarse en la comodidad nihilista del resentimiento. Lo dicho: un verdadero ilustrado y también un provechoso ejemplo.
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