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Columna
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Desconcierto

Lo ocurrido días pasados en Francia con el motín juvenil de los suburbios viene a ser un signo vacío, una señal de malestar que no llega a manifestar su propio contenido pero que absorbe los significados más diversos en el seno de su peligrosa potencialidad. Falto de programa y de objetivos políticos concretos, el motín francés ha actuado de catalizador de todas las inquietudes que sumen en la actualidad a la sociedad francesa en el desconcierto. De ser un país seguro de sí, incluso de ofrecerse como alternativa a lo que se nos presenta hoy como malsana deriva del mundo, Francia ha pasado a ser un país inseguro, mal emplazado en un mundo que le niega un papel rector y que parece guiarse por el modelo de quien ha sido su oponente histórico, el modelo del mundo anglosajón.

Mal despertar para quienes ven removerse en esta resaca monumental su propia identidad republicana, su propia identidad histórica. La República de ciudadanos descubre que su formulación igualitaria adolece en la práctica de las debilidades derivadas de un principio abstracto. Francia descubre las minorías, y es sintomático de su tardío despertar que aún no sepa definirlas. ¿Minorías étnicas o minorías de excluidos? ¿Es Francia, de hecho, una república de blancos, varones y cristianos en sentido amplio, o lo ocurrido nos remite más bien a una relajación en la aplicación de los principios republicanos?

Se han mencionado los problemas de integración a propósito de los disturbios. Frente a quienes cuestionarían la eficacia integradora del modelo francés de ciudadanía igualitaria, se alzarían quienes ven la raíz del conflicto en una crisis de valores que afectaría a la sociedad francesa en su conjunto. Es cierto que los protagonistas de los disturbios no eran inmigrantes, sino ciudadanos franceses en su inmensa mayoría y sujetos por lo tanto de los mismos derechos y deberes que el resto de los franceses. Pero ese dato no atempera la gravedad de una posible falla integradora en el seno de la sociedad francesa si es igualmente cierto que la mayoría de los perturbadores tenía un origen familiar foráneo y no europeo. Inmigrantes de segunda o tercera generación, ciudadanos franceses de facto e integrados en la República, seguirían teniendo, no obstante, problemas para hallar en la sociedad francesa un lugar que no fuera el de la exclusión social.

Luc Bronner, en un artículo publicado recientemente en Le Monde, se hacía eco de una serie de estudios que ponen el acento no en la actuación de los poderes públicos, sino en la de los franceses, en especial las clases medias, como causa de la guetificación de determinados distritos de las ciudades. Sería el miedo al desclasamiento social el que impulsaría movimientos de huida en sectores de la clase media, con el consiguiente abandono de barriadas enteras, que pasarían a ser habitadas por los sectores sociales más desfavorecidos que habían propiciado la desbandada. La señal que marcaría a estos últimos no sería ya una señal de clase, sino una marca étnica, de forma que la exclusión social y la marginación étnica vendrían a fundirse e identificarse.

Frente a una aceptación teórica del mestizaje social, en los hechos se produciría un rechazo del mismo, rechazo que se daría también, además de en las tendencias de desalojo urbano, en las estrategias de escolarización de los hijos que adoptan las familias francesas, estrategias que propician la creación de guetos escolares. Si a todo esto añadimos la escasa visibilidad de los miembros de esas minorías en los organismos de representación institucionales, no se ven claros los mecanismos que pueda utilizar la sociedad francesa para evitar la segregación de las minorías que nacen en el seno de una ciudadanía teóricamente igualitaria.

La lección francesa no nos puede resultar ajena a los españoles. En nombre de la libertad de elección, o de una libertad religiosa que en ningún caso se ve amenazada, vemos hoy cómo se cuestiona entre nosotros el carácter de servicio público de la educación. Entre otros motivos, es fácil percibir en la protesta contra la LOE ese movimiento de huida de cualquier riesgo de desclasamiento, huida que, si en Francia se consigue mediante artimañas legales o el fraude, aquí se pretende que sea la ley misma la que la sancione. A los franceses aún les quedan sus instituciones republicanas para arreglar el entuerto. No quiero ni pensar en lo que nos ocurriría a nosotros si se consigue desarmar las nuestras.

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