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LAS CONSECUENCIAS DE LA TORMENTA DELTA

Negras calles desiertas

Delta no ha sido Katrina y Santa Cruz de Tenerife no ha sufrido el terrible desastre de Nueva Orleans. El poder de destrucción de la tormenta tropical de la noche del lunes sólo se aprecia en los edificios por algunas tejas desprendidas, cubiertas rotas y desconchones en fachadas. Santa Cruz de Tenerife sigue en pie, sus calles están transitables y todos sus habitantes a salvo. Pero como ocurrió tras el paso del huracán por en Nueva Orleans, miles de árboles (muchos centenarios y de varias toneladas) quedaron arrancados de raíz, cientos de vallas retorcidas como papel de fumar, alfombras enteras de cristales rotos, semáforos apagados, caos circulatorio...

Miles de personas seguían ayer a oscuras, cuatro días después del gran apagón provocado por esta catástrofe democrática que ha igualado los pisos de lujo de Cabo Llanos a los barrios más humildes de Ofra, Taco, Somosierra o Las Delicias. Barrios convertidos en la boca de un lobo manso donde sus habitantes, ricos y pobres, han llevado con resignación los cuatro días en los que no han podido comer otra cosa que latas, ni bañarse con agua caliente, ni ver la televisión, ni hablar por teléfono -ni fijo ni móvil-, ni subir a sus familiares impedidos en ascensor, ni lavar la ropa. "Hay gente que, con lágrimas en los ojos, nos daba las gracias porque en nuestra cafetería habían hecho su primera comida caliente en días", comentó un portavoz de un centro comercial.

La noche se ilumina con linternas de algunos osados mientras unos pocos vándalos roban en comercios
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Las negras calles desiertas dan miedo, iluminadas sólo por las linternas de algunos osados y por los faros de los coches, eternamente atascados en colas que ningún agente ordena. Sólo unos pocos vándalos rompieron esa mansedumbre que se adueñó una vez más de la tranquila sociedad insular aprovechando para desvalijar algunos comercios.

Pero esa calma chicha en la noche tinerfeña se rompió el miércoles, cuando comenzó a faltar el suministro de agua y los vecinos de La Laguna se echaron a la boca del lobo para devolverle algo de fiereza con una cacerolada.

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