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Carlos Cánovas enfrenta naturaleza y civilización a través de una selección de cincuenta fotografías

El artista considera su muestra de Pamplona la retrospectiva de un arte "incompleto"

El enfrentamiento entre naturaleza y civilización, la vida de las plantas presentes junto a nosotros, ese diálogo mudo es la materia que capta la cámara del fotógrafo Carlos Cánovas en la exposición que presenta en una galería de Pamplona. Más de medio centenar de obras inéditas integran una visión retrospectiva de un arte "incompleto", según la definición del propio artista. "La fotografía jamás te lo dice todo. Te sugiere una cosa y la contraria", dice Cánovas, quien arrebata los apoyos textuales al lenguaje gráfico publicitario y obtiene un fascinante "residuo" artístico.

Cánovas (Hellín, Albacete, 1951), profesor de fotografía en la Universidad Pública de Navarra en los últimos cino años, ha realizado numerosas exposiciones individuales y colectivas tanto en España como en diversos países europeos y amercianos. Sus obras cuelgan en colecciones como las de la Fundación La Caixa, el IVAM o la Biblioteca Nacional de París.

Estructurada en tres áreas que constituyen otros tantos viajes hacia la esencia de la imagen y sus múltiples significados, la muestra que la galería Moisés Pérez de Albéniz (Larrabide, 21) presenta hasta el 7 de enero exhibe por vez primera materiales de las series Dolientes plantas y Plantas para el olvido. El autor realizó ambas en la década de los ochenta como una reflexión sobre el enfrentamiento entre lo natural y lo urbano, entre naturaleza y cultura, un acercamiento en grandes formatos de blanco y negro, técnicamente irrepetibles, pues el papel con base de plata que empleó ha dejado ya de fabricarse, y marcadamente sentimental.

La imagen parasitada ofrece un fuerte contraste con respecto al preciosismo técnico de otras series de Cánovas, ya que en ella las imágenes, vistas desde la distancia, semejan simples manchas apagadas, muertas, que sólo adquieren relevancia en las distancias cortas, cuando el ojo del espectador descubre colonias de parásitos -espectros, reflejos, brillos, resplandores y desenfoques- que viven en la impostura, una vida efímera y secreta. Su fuente de inspiración ya no es la naturaleza, sino la imagen de otro, las fotografías de los demás como motivo no sólo de reflexión o análisis teórico, sino como un verdadero campo de experimentación práctica, en un planteamiento de apropiación que reinterpreta la obra.

Quizá el interés máximo del espectador se centre en otra serie todavía en fase de realización: Residuos de inocencia. En ella se descubre la rica ambigüedad del trabajo de Cánovas, que juega al equívoco de la pintura y del fotomontaje sin trampa ni cartón, merced a un proceso de deconstrucción. El artista fotografía el lenguaje publicitario despojándolo de los apoyos textuales. Son vallas y carteles reencuadrados en los que se elude la invitación al consumo, descubriendo el sustrato de la hermosura como residuo de una inocencia anterior a su perversión comercial.

Cánovas utiliza el ordenador como herramienta de trabajo para la impresión de las copias fotográficas. "Las nuevas técnicas te obligan a transitar por formas de trabajo cambiantes", señala el fotógrafo, quien expone trabajos analógicos escaneados y digitalizados posteriormente junto a imágenes realizadas con técnica digital.

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