Un uno seguido de 123 ceros
La enormidad del mérito de los programadores se comprende mejor tras digerir el siguiente dato: el número de partidas distintas que se pueden jugar es 10 elevado a la potencia 123; o sea, un uno seguido de 123 ceros. Ninguna computadora actual puede calcular tanto, y no se sabe si las cuánticas lo harán cuando existan. Para ganar a los grandes maestros de élite, la capacidad de cálculo debe ser combinada con algo que a muchos les produce escalofríos: programar algo parecido a la intuición humana.
Los ajedrecistas de carne y hueso rechazan por intuición, en muy pocos segundos, todas las jugadas absurdas, y se concentran en el análisis profundo de las que tienen mejor aspecto; en cambio, las computadoras tienden a calcularlo todo, hasta lo más estúpido. Y como al ajedrez se juega con reloj, sólo pueden analizar cada vez una pequeña parte de todas las jugadas posibles.
Pero el progreso de los últimos años es asombroso: en algunas de las partidas de Bilbao era difícil distinguir al jugador humano, si no fuera por los nombres escritos a los lados del tablero. Por ejemplo, las máquinas comprenden ahora el concepto de sacrificar un peón o un caballo a cambio de un fuerte ataque, algo impensable hasta hace muy poco. Tenían programado que una dama vale 9 puntos, y un caballo 3, y eran incapaces de comprender que una dama encerrada por sus propias piezas vale menos que un caballo inexpugnable en el centro, algo evidente para un jugador avezado.
Eso ya ha cambiado, porque los programadores trabajan coordinadamente con grandes maestros, como el alemán Christopher Lutz, asesor de Fritz. Lutz analiza todas las partidas importantes que se juegan en el mundo, y las somete al juicio de este sofisticado programa informático; cuando ve que la jugada que propone la máquina es mucho peor que la que hizo el ser humano en la misma posición, comunica el hallazgo al programador Donninger, que corrige el defecto. Y así se ha creado un monstruo que ya es casi invencible.
Siempre quedará el consuelo que señaló el ex campeón Anatoli Kárpov: "El invento de la bicicleta no terminó con el atletismo".
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