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Columna
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Descubrir el Mediterráneo

El Mediterráneo existe. Ése es, dicho en dos palabras, el objetivo de la Cumbre Euromediterránea que hoy anima el domingo barcelonés: recordar a los mandatarios del planeta y a sus altavoces mediáticos lo que todo el mundo da por hecho desde hace miles de años. Pero en esta era de milagros electrónicos y velocidad supersónica no hay que dar nada, por muy elemental que sea, por sabido.

Hace 10 años se recordó lo mismo, pero son tantas las cosas que pasan y los mandatarios están tan ocupados que se les olvida que en torno al Mediterráneo -allí donde se encuentran África, Asia y Europa- viven millones de personas con desigual fortuna, necesidades acuciantes y perspectivas no menos variadas. Nuestro querido mar sirve aún de colchón a los problemas que ese explosivo encuentro de culturas, ideas, razas y condiciones humanas podría generar ahora que lo global ha hecho pequeño el mundo. La ventaja del lago mediterráneo es que une y separa al mismo tiempo: sin esa agua quizá no existiríamos. Así que delegaciones de 44 países se han dado cita en Barcelona, una vez más, para descubrir el Mediterráneo.

Rodeados de casi 6.000 policías y Dios sabe cuantos guardaespaldas propios, además de funcionarios, periodistas y burócratas varios, encerrados en veloces automóviles blindados que circularán por un carril reservado para evitar cualquier riesgo de atasco o de seguridad, protegidos en hoteles fortaleza y salas búnker insonorizadas, siempre a 22 grados de temperatura, los mandatarios apenas podrán oler el aire del mar que les convoca. Pero eso importa menos que encontrarse con las caras conocidas de siempre, esas que viven de cumbre en cumbre por todo el mundo: toda una profesión que acaba justificando cualquier dispendio cuando los medios de comunicación se movilizan ante tal espectáculo de poder por metro cuadrado.

Que en la calle haya importantes manifestaciones de protesta o concentraciones de ciudadanos dispuestos a participar como extras en la superproducción de descubrir el Mediterráneo, será un buen síntoma: todo lo que atrae la atención masiva transforma los hechos más banales en acontecimientos de importancia. Una cumbre de poderosos sin su correspondiente cumbre de manifestantes sería un signo de inadmisible intrascendencia. Los posibles incidentes aderezan el interés mediático, y si los Mossos -en su debut en una cumbre- logran poner de rodillas a un puñado de peligrosos viciosos de la protesta y el mal humor, el efecto escándalo-repercusión está garantizado.

La cumbre de Barcelona cumplirá su objetivo si, como consecuencia de esta movida, el Mediterráneo da fe de su existencia en telediarios, periódicos y redes de comunicación mundial. Desde el punto de vista europeo, parece imprescindible recordar a los Veinticinco que no sólo existe el Este y que la Europa mediterránea es zona fronteriza, estratégica y de avalancha humana en curso. Como quizá eso no baste para atraer la atención suficiente, el mensaje final deberá dar un toque firme de miedo al futuro, que es lo que se lleva. Así que se pondrá énfasis, como tantas veces ha sucedido en la historia, en la preocupación por el choque de civilizaciones y se hará la correspondiente política preventiva, a la que se pasará revista en una nueva cumbre que redescubrirá otra vez el Mediterráneo.

Para Barcelona estos sucesos tienen mucho interés: el nombre de la ciudad vuelve a estar en el mapa; el turismo todo lo mitifica. Ciertos barceloneses, sin embargo, se preguntan si no sería mejor que las restricciones de tráfico y los inconvenientes de estos espectáculos se concentrasen en megaciudades inhabitables, por ejemplo Madrid. ¿Neura provinciana? Algo de eso hay cuando se piensa que árabes e israelíes se interesan por el Estatut o vienen a ver si España "se rompe" de una vez. Mejor reír juntos, como mediterráneos, si finalmente podemos.

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