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CÁMARA OCULTA | NOTICIAS Y RODAJES
Columna
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Cría cuervos

No es ésta la primera vez que asoma en esta cámara un jovencito alumno de la Escuela de Cine que tuvo el desparpajo de decir en público que la historia del buen cine no había comenzado hasta que llegó Tiburón, de Steven Spielberg, y que lo filmado anteriormente habían sido simples apuntes y ensayos encaminados a esa cima máxima de la cinematografía. Se trataba, evidentemente, de un perfecto mequetrefe que, sin embargo, no parece estar solo. Otros como él, futuros cineastas, están en parecida onda. ¡Socorro! En el pasado Festival de San Sebastián se presentó la copia restaurada de Los olvidados, esa obra maestra de Buñuel considerada por la Unesco patrimonio de la humanidad. Cuando el presentador del acto preguntó a los asistentes si alguno conocía ya la película, fueron muy escasas las manos que se alzaron. Y se estaba hablando de Buñuel. Algo parecido a lo que cuenta el mexicano Jordi Soler en su libro Los rojos de ultramar cuando en la Universidad Complutense de Madrid descubrió que los alumnos no habían oído jamás sobre el exilio republicano tras la Guerra Civil.

Bueno, malo o regular, el cine existe desde antes de Spielberg y afortunadamente hay gente empeñada en que no se olvide. Esta semana, en la Filmoteca de Cataluña, se ha rendido un homenaje a Antonio Isasi Isasmendi, el productor y director que en los años sesenta se lio la manta a la cabeza y se embarcó en ambiciosos proyectos "de corte internacional", desviándose de los caminos trillados del cine español. Surgieron así La máscara de Scaramouche, Estambul 65, Las Vegas 500 millones y otras varias que se añadían a previas notables películas suyas, de acción, cine negro, o hasta de corte político como Tierra de todos (1962), "primera ocasión en que nuestro cine reconoció de forma explícita la condición humana de los vencidos en la guerra", como escribió José Luis Borau. En 1989, tras dirigir una adaptación de El aire de un crimen, de Juan Benet, Isasi decidió retirarse del cine, cansado de las dificultades y de las malas críticas, tal como él mismo ha contado en su combativo libro Memorias tras la cámara.

Otra recuperación para la memoria del cine español es Pedro Masó, a quien, como se sabe, la Academia entregará el Goya de honor en su próxima ceremonia. Otro talante cinematográfico el de Masó, espabilado y voluntarioso productor y director que durante varios años supo hacer en casi todo momento la película que el público quería ver, pero que coincide con Isasi en la amargura de no sentirse comprendido o valorado. Masó va aún más lejos cuando asegura que actualmente sólo hay seis buenos directores en el cine español, una intrépida declaración que se emparenta en sentido contrario con la del estudiantillo citado al principio. Ha habido un tercer reconocimiento, el que la Academia ha hecho recientemente al valiente Basilio Martín Patino, un cineasta singular. Hay cine para recordar, analizar y hasta para disfrutar, materia en la que actualmente se comprometen festivales, filmotecas, academias y asociaciones. Hay aún mucho que aprender, crea lo que crea el estudiante. Habrá que ver lo que él filme. O no.

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