Mi colegio es público, ¿qué pasa?
Conflictos, aprendizajes e ilusión. Un día en un centro medio de primaria en Madrid
-¿Qué tiene el limón?, -pregunta la profesora.
-¡Vitaminas!, -grita Lara, de nueve años, estirando la manga de su vestido naranja entre muchos brazos alzados.
-¿Para qué son?, -replica rápida Carmen, la profe.
-Para asimilar los demás alimentos.
-Para estar más sanos.
Hemos repasado los cinco sentidos. Luego, la digestión. Hasta se ha definido el músculo de la respiración, el diafragma:
-Es una cosa...
-No se puede decir una cosa..., empieza la maestra...
- ...las cosas se llaman por su nombre, -le termina la frase otra voz infantil. De nueve años.
Repaso de la asignatura de Conocimiento del Medio entre los 23 alumnos de cuarto de primaria del colegio público de infantil y primaria Méndez Núñez, en Madrid. Una clase en la que se coló, al azar, esta periodista el viernes pasado. De las propiedades de las lentejas se salta a los genitales. De la concepción al parto, en 19 segundos. Éste lo cuenta Fátima (nombre supuesto, como todos los usados en este reportaje), una niña de origen marroquí que tiene nueve hermanos. Se sienta en primera fila, lo cual en este aula es el equivalente al "tiene que mejorar". Pero ella alza el brazo una y otra vez. Seis de sus compañeros de los primeros pupitres miran de soslayo, distraídos. La profe reprende a uno: "Manuel, no estás haciendo ni caso, y seguro que no has estudiado para el examen de esta tarde". Manuel sonríe. Ayer faltó. Fue a visitar a un tío suyo que está en la cárcel.
El rapidísimo viaje por la vida prosigue: de los pañales a la ancianidad pasando por la definición de niño, entonada por Luisa, una rubia delgadita que hoy cumple 10 años: "Come solo, aprende a leer y a escribir, hace un montón de cosas solo".
Una ley que dure
Los gritos de "Religión de asignatura y la LOE a la basura" y "Libertad de elección de colegio", que atronaron Madrid el sábado pasado contra el proyecto de Ley Orgánica de Educación (LOE) suenan lejanos, aunque estemos en la misma ciudad. Veintiún profesores y 40 padres asociados al APA del colegio se preocupan más de que Manuel no falte (hay un 6,5% de absentismo, sobre todo entre gitanos) o de que Fátima -o Jennifer, de la misma clase, alumna de integración, quien apenas sabe leer- lleguen a contestar con tanta brillantez como Arturo, el chaval del fondo, hijo de dos universitarios.
Son 171 alumnos de entre 3 y 13 años. 13% con un retraso curricular de dos cursos; 15% con necesidades educativas especiales; la mayoría de ellos, gitanos, que alcanzan el 30% de todos los estudiantes. 27% de extranjeros (un 246% más que la media nacional en colegios públicos, que es del 7,8%); un 10% de niños que se incorporan a mitad de curso; 42% con beca de comedor; 15 alumnos por aula; 21 profesores, pero 10 de ellos pero casi la mitad interinos. Los números del Méndez Núñez, un colegio de un barrio del norte de Madrid con un paro del 12% (siete puntos más que la media de la ciudad) y un aluvión de realojos hace una década, hablan solos.
Luego están las historias. La de Iliana, una rumana de 12 años que aprendió español en un mes y que, en una visita al Museo de la Ciudad, demostró que sabía más de Madrid que nadie. O la de Teresa, una maestra con 40 años de trabajo encima que se sienta al lado de cuatro chavales con malos resultados de segundo, en una sesión de apoyo, con un fervor similar al de Juan Vicente, el de Educación Física, que acaba de aprobar la oposición y ya quiere llevarse a los críos a recorrer la montaña. También es la historia de Milena, una niña de ocho años de brillante pelo negro. Un día ardía de fiebre. El colegio llamó a su madre, una limpiadora ecuatoriana. La mujer apareció inmediatamente, pero a costa de perder su trabajo. Existen demasiadas historias detrás de esas caras de todos los colores (hay 11 nacionalidades) que hacen muecas a los profes a través de la ventana cuando éstos comen pollo con patatas de bolsa.
"La manifestación contra la LOE se basó en cuestiones, por lo menos, inciertas", dice Carmen Aldecoa, la profesora de cuarto curso de primaria, que acaba de incorporarse al centro. "Aquí se da religión. Los únicos que tengo en estudio [que es la alternativa que ofrece el colegio] son cinco niños musulmanes". Siete de cada 10 alumnos acude a religión. Cinco profesores y la directora se suman al debate. "La manifestación iba de la religión y de la enseñanza concertada. Nadie habló del apoyo al profesorado, ¿no?", dice el maestro que enseña Educación Física. "Lo que queremos es que no cambien tanto las leyes, sino que se invierta en ellas, y que nos duren", vienen a consensuar.
Rosario Barrena, la directora, lanza una pregunta: "Pero vamos a ver, ¿la conflictividad aquí es de navaja, como dicen en el barrio?" "Nooo", responden. ¿Cuáles son sus problemas, entonces? "Indisciplina y falta de respeto. Los niños, al final de semana están más tranquilos, pero el lunes te llegan que explotan", dicen. "No les ponen límites en casa", apunta Carmen. "Yo tengo demasiados niños gitanos, seis de 17. Si hay dos o tres, los integras, pero ¿cómo lo haces si, encima, faltan tanto?", se queja Teresa.
"Si la enseñanza concertada no quiere la riqueza de la diversidad, ellos se lo pierden", dice Barrena, directora desde hace tres cursos, "pero mañana la sociedad no va a ser de rubios con los ojos azules. Otro asunto es que la población complicada se debe repartir entre los centros y, aunque lo nieguen, los concertados eligen sus alumnos".
La directora dice que, pidiendo, hincándole el diente a la burocracia, padres y equipo directivo, han conseguido instaurar en dos años al menos siete programas, entre ellos el de centros prioritarios (en el que la Comunidad de Madrid apoya a los 66 más desfavorecidos de la región) u otro en el que un especialista trabaja con niños gitanos, tres veces por semana, a través de juegos, en resolución de conflictos: "Se trata de enseñarles cosas como no pegarle una patada al compañero porque te haya cogido el lápiz un instante". Ella sabía también, tras llevar 22 años enseñando música, que los niños dejaban de ser conflictivos mientras se enrolaban en actividades artísticas o musicales. Un programa de la Fundación Yehudi Menuhin, que utiliza las artes como herramienta de convivencia, ayuda: "Se acarician. Se abrazan. Hemos tenido alumnos que no dejaban que les tocasen, imagina lo que significa eso", dice.
Begoña es ingeniera, y estudió en el Méndez Núñez en los setenta. Su hija de nueve años ha conocido los mismos baños y el mismo pavimento que ella. Hasta estos días, en que la ruidosa comunidad ha sido acogida en el instituto de al lado mientras el colegio se remodela. La hija de Begoña comparte aula en cuarto con la de Fernando Marín, un médico que preside la asociación de padres: "Te preguntas si esos chicos con problemas familiares, esos que nunca hacen los deberes, van a perjudicar a tus hijos. Lo que sí sabes es que estudian dentro de la representación de la sociedad en pequeño. Abren sus ojos al mundo que van a vivir. No tienen miedo de los gitanos, ni de los extranjeros. Queremos convertir el centro en el colegio del barrio, abrirlo, y equilibrar así la tipología de las familias". En tres años han conseguido asociar a 40 padres, montado siete actividades extraescolares, la mayoría con un precio de seis euros por trimestre, organizadas por el ayuntamiento. "Lo que vemos, en nosotros y en el colegio, es ilusión".
Dan las cuatro. Una procesión de niños y mochilas se dirige a la puerta. Allí esperan una abuela que no cumple los 40, una mujer con velo o un cantautor con barba. Y también, Juan Carlos, profesor de instituto: "Quienes llevamos a nuestros hijos a la pública siempre estamos justificándonos, la gente tiene miedo, piensa que siempre hay problemas en clase, algo que parece que no ocurre en la concertada, y no es verdad. Ya no se escoge centro por el proyecto educativo. Van a un colegio y, todo lo más, ven las instalaciones y se fijan si tiene piscina".
Se va Manuel, que hoy, en la actividad de huerto, ha aprendido cómo es una hoja de fresa. Se va Milena, que ha roto a llorar tras ordenarle su profesora que recogiera un papel del suelo. Le confesó que no quería levantarse en clase para que no se rieran de sus zapatos. Las alarmas se dispararon: el curso pasado algunos compañeros le obligaban a comprarles chucherías. Todos se van, salvo Fátima. La hermana, que trabaja de niñera, no aparece, una vez más. Media hora después, se presenta otra. Son nueve hermanos, pero su vida es demasiado complicada.
La verja se cierra. Hasta el lunes. La directora pregunta:
-Y tú, ¿traerías a tus hijos aquí?
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