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Reportaje:

Sharon deshoja la margarita

Criticado por sus correligionarios, el primer ministro israelí se plantea abandonar su partido, el Likud, y crear una nueva formación

Una vez más, Ariel Sharon tiene la sartén por el mango. El primer ministro israelí no alberga dudas sobre un holgado triunfo en las primarias del Likud. Y está aún más convencido de que vencería en las elecciones generales, previstas para finales de febrero o marzo del próximo año, si concurriera en las listas de su partido. ¿Por qué entonces el dilema de permanecer en su hogar político o fundar una nueva organización? La respuesta se halla en el interior del Likud. No soporta a la docena de diputados que le acorralaron en el Parlamento por su decisión de evacuar la franja de Gaza. Y concluyó que, una vez reasentados en sus escaños, los rebeldes volverían a la carga. Arik, como se conoce al primer ministro israelí, deshoja este fin de semana la margarita, porque los inconvenientes de estrenar partido son de calado.

El primer ministro no soporta a los diputados que le acorralaron por evacuar Gaza

Aunque gozaría, de seguir en el Likud, de las opciones para mantenerse al frente del Gobierno, Sharon observa cómo la coyuntura política sufrió un vuelco espectacular. Un Gobierno de coalición con los laboristas es en la práctica inviable con Amir Peretz al frente de la izquierda. Y los escaños que puede sumar con sus vigentes aliados, los ultraortodoxos del Shas y los liberales laicos del Shinui, no alcanzarán los 61 asientos necesarios para gobernar sin los sobresaltos que le provocaron sus correligionarios.

Son estos rebeldes los que ven ahora las orejas al lobo ante la eventual fuga del líder del Likud. Sus llamamientos a la unidad sólo cosechan sarcasmos demoledores, de boca de los asesores de Sharon, el llamado Foro del Rancho, en alusión a la finca de Sicamore, en el desierto del Neguev, donde Arik se encierra con sus incondicionales. La venganza contra el ex ministro de Hacienda Benjamín Netanyahu, cabeza visible de la revuelta, adquiere tonos humillantes.

Los vínculos entre ambos están destrozados. Y Sharon no transige con la idea de gobernar mirando de reojo a su tendido. Si tiene en mente evacuar a corto plazo algunos asentamientos de Cisjordania al tiempo que consolida la anexión de la Jerusalén, no puede depender de un puñado de saboteadores en sus propias filas.

Libre de los rebeldes, Sharon tendría las manos libres para componer la lista electoral de su nuevo partido a su antojo. Podría recurrir a figuras de prestigio que no se implicaron en el tipo de refriegas que dejan secuelas. E incluso cooptar a Simón Peres, el veterano dirigente que acaba de sufrir su enésima derrota en las primarias del Laborismo y que nada más conocer el triunfo de Peretz insinuó sobre su posible marcha del partido. Aún no se ha pronunciado con nitidez sobre su futuro. También juega con los pétalos de la margarita.

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Sharon no dudó en 1973 en desobedecer órdenes de sus mandos militares y cruzar el canal de Suez, durante la guerra de Yom Kippur, para desplegarse a 100 kilómetros de El Cairo. Vaciló aún menos en 1982, cuando como ministro de Defensa impulsó la invasión de Líbano, en su infatigable persecución de Yasir Arafat. Pero la creación de un partido acarrea riesgos en un país en el que estas iniciativas suele acabar en desastre. Un nuevo grupo político carecería de una maquinaria engrasada para enfrentarse al Partido Laborista y al Likud. Difícilmente dispondría de los 40 diputados con que cuenta hoy, y la gobernabilidad se atisba complicada con enemigos jurados a ambos lados de la Cámara.

Mientras, Sharon juega con el ritmo político. No ha anunciado su decisión, si es que ya la ha tomado, para no provocar furibundos ataques de su actual partido. Pero tampoco puede demorarse. Le conviene convocar las elecciones cuanto antes para rentabilizar su polémica decisión de abandonar Gaza y vender al tiempo algo parecido a un proceso de paz.

El primer ministro israelí, Ariel Sharon, el pasado día 13.
El primer ministro israelí, Ariel Sharon, el pasado día 13.ASSOCIATED PRESS

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