Un buen retrato
Era austero hasta la parodia, no bebía, no fumaba y comía la comida más sana que encontraba, y, sin embargo, se lo llevó malamente por delante un cáncer de ésos de fumador compulsivo.
Era un auténtico creador, y, sin embargo, su nombre no dice nada al gran público, por mucho que, sin duda alguna, ninguna de las docenas de películas en las que intervino hubiese sido lo mismo sin su callado trabajo.
Pablo G. del Amo, montador y hombre insobornablemente de izquierdas, por más que su pesimismo le llevase a desconfiar de muchos, murió hace unos meses, en medio del rodaje de este documental que Diego Galán, en un emocionante gesto de amigo y compinche, dedica a su trayectoria.
Es el de Galán un empeño de ésos que rinde justicia a la trayectoria de un hombre callado, que aprendió montaje en la cárcel, mientras cumplía sentencia por su militancia, y que llevó su compromiso personal y artístico hasta sus últimas consecuencias: el mero hecho de ponerse ante una cámara en los días finales de su vida no puede verse más que como el deseo de divulgar una obra tanto tiempo silenciada y dar a conocer un oficio sin el cual, sencillamente, las películas no son narraciones coherentes, sino celuloide pegado trozo a trozo.
PABLO G. DEL AMO, UN MONTADOR DE ILUSIONES
Dirección: Diego Galán. Con la participación de Pablo G. del Amo, José L. García Sánchez, Manuel Vicent, Basilio Martín Patino, Fernando Fernán-Gómez, Manuel Gutiérrez Aragón, José Luis Borau. Género: documental biográfico. España, 2005. Duración: 64 minutos.
Película honesta, hecha con cariño y respeto, Pablo G. del Amo es algo que no se suele ver mucho por las salas de cine: un documental biográfico que aporta mucha luz sobre algo y alguien poco conocidos, que da la palabra a un impresionante elenco de gentes del cine español de las últimas cuatro décadas, y que quedará para el futuro como el recordatorio de un profesional ejemplar y de un amigo imprescindible.
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