Una guerra molecular
Lo que está ocurriendo en Francia tiene mucho de lo que Hans Magnus Enzensberger llamó "guerras moleculares", contra cuya proliferación alertó poco después de finalizada la guerra fría en contraposición a la nuclear. Los disturbios de Los Ángeles en 1992 constituyeron un primer aviso para el escritor alemán de estas nuevas miniguerras civiles, trasladadas a la metrópoli, en sociedades industrializadas, en las que los jóvenes son la avanzadilla, libradas sin objetivo claro -en este caso, en protesta contra la exclusión social-, y que parten de una minoría, aunque pueden llegar a cobrar "proporciones epidémicas".
En El Espectador (precursor impreso de los blogs de hoy día), Ortega y Gasset escribió en 1924 sobre el "origen deportivo del Estado", basado en los jóvenes fogosos que competían en busca de mujeres. En sentido inverso, hay mucho de violencia juvenil varonil, sólo que antiestatal, en las revueltas de estos días en Francia, protagonizadas, aunque no únicamente, por unos jóvenes franceses de origen africano de barriadas marginadas. Esta vez no van en busca de mujeres, ni hay mujeres entre los protagonistas de los actos vandálicos.
Estos jóvenes son de la generación Yihad, conectada pero desarraigada. Pero pese a los esfuerzos de algunos, la dimensión religiosa musulmana ha estado ausente, lo que no significa que a la larga el problema no pueda islamizarse y, así, agravarse. El siempre lúcido Olivier Roy tiene razón al considerar que se trata antes que nada de "ritos de paso" de una adolescencia alargada, marginada y de un sector social excluido. La mayor parte de los detenidos tiene menos de 18 años, y los agitadores se sitúan casi todos entre los 14 y 26. En lo que Anthony Giddens llamó el "secuestro de la experiencia", se han educado en la violencia desde la calle a la televisión y los videojuegos. A los problemas propios de la edad se añade la falta de perspectivas vitales al pertenecer a grupos marginados entre los que el paro juvenil, del 40% o más, duplica la media nacional de su generación. Son más bandas callejeras que las grandes redes generales de delincuentes que han querido denunciar los gobernantes franceses.
A todo ello se suma el hecho de que sus padres se han visto afectados por la desaparición de sus empleos poco cualificados en manufacturas y otras actividades, y era sobre estos empleos donde reposaba, en estos suburbios, la estructura familiar que se está rompiendo. Hoy, pese a los llamamientos de Chirac y Villepin, los padres no pueden controlar a sus hijos, para empezar, porque los hijos no quieren acabar como sus padres. Además, como también alertaba Enzensberger, la institución del patriarcado está rota o desprestigiada, pero como tantas otras cosas, no sustituida. A estos respectos, y aunque estos disturbios beben mucho en las raíces de una Francia culturalmente bloqueada, con instituciones sociales básicas en crisis, y necesitada de un reseteo, no son un fenómeno específicamente francés.
La televisión actúa como amplificador y espejo de estos actos. También Internet, el correo electrónico, los chats y los blogs (algunos de los cuales, los que han podido, han cerrado las autoridades francesas). Pero lo que, sobre todo, permite la fácil autoorganización de estos movimientos son los teléfonos móviles y los mensajes de textos SMS. Ya hicieron su aparición en las manifestaciones antiglobalización en Seattle en 1999; en 2001, en Manila, contra el presidente Estrada, derrocado, como él mismo dijo, por "un golpe de texto", en la segunda Intifada palestina, en las movilizaciones entre el 11-M y el 14-M en España, y antes y después en tantas revoluciones naranjas o de otros colores de estos años. El móvil ya no es un instrumento de ricos ni de adultos, sino un nuevo medio de comunicación social, o, incluso, como señala Howard Rheingold en Multitudes inteligentes, un nuevo medio de "organización social". Personas que hasta entonces no podían coordinarse en movimientos, benévolos o nocivos, lo hacen ahora en una red en buena parte emocional que, como se ha visto en Francia, no requiere que los perturbadores se muevan. Este tipo de violencia molecular ya no necesita desplazarse; simplemente, se transmite. Pásalo.
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