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Columna
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Aquello que no interesa

Es posible que la corrupción política en el País Valenciano haya alcanzado su cifra récord desde la transición democrática, tal como asegura el agudo y televisivo diputado socialista Andrés Perelló. Todavía quedan alfombras por levantar para poder formalizar la plusmarca, pero es indudable que, en punto a corrupción pública, estamos transitando por uno de los periodos más escandalosos al tiempo que impunes al socaire de un partido gobernante consentidor y una laxitud moral generalizada en lo tocante a los enriquecimientos súbitos y desmedidos decantados por los "pelotazos" inmobiliarios. Escandalosos y, en ocasiones, esperpénticos por el desahogo de sus beneficiarios dotados de un rostro que es puro pedernal, por más que suelan aparecer con cara de pena por sentirse agraviados.

Tal es el singular episodio protagonizado por el alcalde de Orihuela, José Manuel Medina, convertido por méritos propios y complicidad de sus patrocinadores políticos en un venero de trapicheos sospechosos, debidos quizá a su querencia compulsiva por un lujo de todo punto incompatible con el sueldo de un edil, aunque lo sea de una sede diocesana. No reiteraremos aquí las deferencias con que le miman sin recato algunos promotores urbanísticos, asimismo agraciados por decisiones municipales, ni glosaremos el presunto regalo de 29.500 metros cuadrados de suelo a una empresa promotora, asunto sobre el que se pleitea y del que se dieron pelos y señales en estas páginas.

A renglón seguido de esta peripecia podríamos reseñar otras de semejante calibre, aun a riesgo de ser descritos por el presidente de la Diputación de Castellón, el edificante Carlos Fabra, como "terminal mediática" del PSPV. Una calificación novedosa entre las muchas y peyorativas con que se nos ha premiado a lo largo de un dilatado ejercicio profesional sin otra dependencia que el propio criterio. Pero escribíamos sobre corrupciones porque, a diferencia de lo que piensa nuestro molt honorable presidente Francisco Camps, creemos que es un asunto de sumo interés, acerca del cual no habla, ni tampoco se aborda en su propio partido, pringado como ninguno por chanchullos y trapisondas.

Claro que siempre se puede alegar, y de hecho eso hacen sus portavoces más calificados, que a efectos electorales -¿los hay más relevantes para el interés partidario?- les sobra y basta con el discurso del agua y la crucifixión periódica de Carod Rovira, culpable de todas nuestras adversidades colectivas y también de la sequía. Un discurso pobre y tedioso, pero que a la postre es el exponente de la desmovilización política general y la falta de ambición y de perspectiva de un partido feliz de haberse conocido, cual es el PP. Tanto más si no hay quien le hostigue, excepción hecha de las mentadas terminales mediáticas, que deben de ser muy pocas por estos pagos mayoritariamente sujetos a la hegemonía conservadora, y lo que te rondaré morena.

Sin embargo, y aunque sea con una eficacia meramente pírrica, hay que seguir hablando de corrupciones y, sobre todo, denunciando su descaro, pues no está en juego la alternancia gobernante sino la moral social, que es prioritaria. Por sus grietas fluye este desvergonzado atraco especulativo al territorio y a nuestros paisajes que practican por igual los dos grandes partidos. Quizá fuese a eso a lo que se refería el diputado arriba referido.

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