En la España de un Cid mercenario
El primer tomo de 'El puente de Alcántara', de Frank Baer, se ofrece mañana con EL PAÍS por 2,50 euros, y el martes, el segundo
Guerra, hambre, violencia y destrucción. Campesinos atemorizados por los soldados. Obispos que no se lavan ni cambian de ropa durante años. Y mercenarios, muchos mercenarios dispuestos a todo por un botín. Ésa era la España, si es que entonces se podía denominar así, del año 1000 tal y como la describe El puente de Alcántara. Un tiempo en el que cualquier lugar de la península Ibérica podía convertirse de la noche a la mañana en un campo de batalla. Daba igual que fuera territorio cristiano o musulmán. Los nobles, grandes y pequeños, guerreaban entre sí para robarse castillos, tierras, tesoros y vasallos. Los mismos nobles se unían para luchar contra sus propios príncipes y reyes, para derrocar a unos o buscar el favor de otros. Al mismo tiempo, los reyes y príncipes cristianos hacían la guerra contra los musulmanes y viceversa.
Y para contarnos todo esto se mantiene la tradición de que sean "hispanistas" llegados de lejos los que mejor nos explican cómo fuimos, o cómo somos. El autor es el alemán Frank Baer (Dresde, 1938), un periodista y escritor que dedicó cinco años a preparar y redactar su única novela histórica, por ahora.
El objetivo de Baer pasa por describir con minuciosidad la época, dedicando una atención muy especial a cada detalle, de manera que el lector sienta el dolor, la crueldad de las batallas y las prisiones, el lujo de los palacios o el calor de una sauna pública. Posiblemente, porque el autor sabe que el lector habitual de este tipo de novelas tiene el ojo muy acostumbrado a buscar el error histórico. Vamos, que todo el trabajo de construcción de personajes puede quedar sepultado por un anacronismo. Baer dedica especial atención a explicar las batallas y los tipos de arcos o de lanzas, pero también la comida, las técnicas médicas, los sistemas de transporte, las monedas o las múltiples lenguas de aquella torre de Babel: árabe, bereber, griego, francés, italiano, latín y, por supuesto, el español, y, además, cada uno rodeado de sus propios dialectos.
Como en tantas novelas históricas, El puente de Alcántara mezcla realidad histórica con ficción. Así, uno de los protagonistas es el poeta y político musulmán Ibn Ammar, que vivió realmente. Los otros dos, el médico judío Yunus y el soldado cristiano Lope, surgen de la imaginación del autor. Son tres historias, en principio, paralelas que, inevitablemente, acaban convirtiéndose en caminos que se cruzan. Se cruzan en ciudades y pueblos que son también protagonistas de la novela: en Zaragoza, en Sevilla, en Barbastro o en la Alcántara extremeña, que da título a la novela, con su milenario puente construido por los romanos y que se convirtió en leyenda con el último rey visigodo.
El libro se llena también de una infinidad de personajes -reales y ficticios- que sirven a Frank Baer para enganchar al lector en muchas de las aventuras que suceden y, sobre todo, para dibujar un fresco de la vida en aquella época en la que, por ejemplo, el refinamiento de la corte sevillana contrastaba con el barrio castellano de Salamanca, repleto de "mendigos, inválidos, ladrones, violinistas ciegos, putas viejas...".
El Cid se convierte en un personaje secundario, pero descrito con una visión muy, muy alejada de los mitos y de los cantares. Aquí no aparece Santa Gadea y no hay ni rastro de la esposa Jimena, el caballo Babieca ni la espada Tizona. En este relato, Rodrigo Díaz se convierte en "un pícaro, un cabecilla de una banda", un mercenario que se dedica a la guerra sólo por "los beneficios económicos, el botín" y que se vende al señor que mejor pague sin importarle ni religión ni legitimidad.
El puente de Alcántara parece que busca también eso: desmitificar no sólo a los personajes históricos. Rompe con esa imagen, tan tradicional del enfrentamiento de las tres culturas (musulmana, judía y cristiana), sobre su aislamiento y disputas. Frank Baer dice: falso. Su novela describe la convivencia, la amistad y el amor entre personas de esos tres mundos. Y con personas llegadas del resto del mundo conocido: piratas normandos, esclavos abisinios, médicos griegos o mercenarios francos. Eso sí, al mismo tiempo resuenan entre las páginas las torturas de los cristianos a un judío, incluidas en una celebración festiva, o los gritos de "Guerra Santa" de los musulmanes "fundamentalistas ortodoxos".
Una definición, la de fundamentalista, que ahora nos suena muy actual, pero que es constante a lo largo de toda la novela. El pasado, por lejano que sea, se refleja siempre en el presente. La historia se repite y con ella los éxitos y los errores. Un ejemplo: los emigrantes africanos actuales deben sentirse reflejados cuando la novela relata que la, entonces, muy rica Andalucía era observada con "envidia" por los emigrantes "en la costa de África, con el desierto a sus espaldas".
Pero por encima de todo, El puente de Alcántara es una novela de aventuras, las de los tres protagonistas y las de los personajes que les rodean. Eso sí, con guiños a otros héroes clásicos y también actuales. Porque cuando alguien utiliza un látigo como arma sorpresa no podemos dejar de pensar en Indiana Jones y El Zorro. Y qué decir de las monedas con "unas pinceladas de veneno" destinadas al desconfiado que las muerde para comprobar su pureza. Por ahí parece asomar Agatha Christie.
Cuando algunos protagonistas nos parecen buenos-muy buenos que se enfrentan a malos-muy malos, podemos atribuirlo a que El puente de Alcántara es una descripción histórica, un intento de explicar por qué sucedieron hechos cruciales en la historia de España, y en la de Europa, pero sobre todo es una novela de aventuras con viajes, muertes, tesoros, traiciones, amores desgraciados y amores correspondidos.
Babelia
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