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Columna
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Un par de huevos

Es extraño que un deporte con la intensidad, la grandeza épica y la belleza del fútbol haya pasado casi desapercibido para la literatura. Pero, obrando en justa correspondencia, y a pesar de que muchos escritores presumen de ser aficionados, tampoco el fútbol ha sentido nunca un gran respeto por las letras. Hace algunos años, Jorge Valdano preparó una antología de relatos balompédicos. En ella figuraban autores prestigiosos, pero, curiosamente, el relato del astro argentino era el mejor. La antología también se hacía eco de ese ninguneo recíproco que siempre se han prodigado fútbol y literatura. Por cierto, habría que recordar que una de las novelas más sabias, elegantes y sugestivas que se han escrito sobre fútbol pertenece a un autor vasco. Se trata de Dos entradas para Wembley, de Miguel González San Martín.

Pero el artículo deriva de lo literario a lo lingüístico a partir de este momento. Sorprende que las gentes del fútbol sean absolutamente incapaces de manejar la lengua con una mínima soltura y frecuentar distintos registros, cultos o populares, según las circunstancias. Esa variación en los registros, práctica tan habitual como inconsciente en cualquier hablante de una lengua, está completamente al margen de las habilidades de los futbolistas. Por razones misteriosas, las gentes del fútbol hablan a piñón fijo, mediante un tono monocorde donde abundan la ordinariez innecesaria y la grosería pura y dura.

El Athletic Club está pasando difíciles momentos. No habrá en estos días corazón rojiblanco que no se sienta traspasado por la incertidumbre y el horror. La semana pasada, nadie creyó necesario hacer autocrítica (según es costumbre en la institución), pero sí realizar vigorosos llamamientos a la unidad ante el próximo partido. La catarsis colectiva trajo como consecuencia un reverdecer de la retórica barriobajera del fútbol, en este caso en su versión rojiblanca. Antes del partido contra el Celta, Fran Yeste prometió que los jugadores iban a ponerle al asunto "un par de huevos". Y es que, si uno atiende a sus declaraciones públicas, futbolistas y entrenadores nunca se sienten inquietos, fastidiados, enfadados o temerosos, ya que los únicos estados del alma que aseguran conocer son los de "jodido" o "cabreado". Ante los micrófonos, casi todos los mortales sienten la llamada del pudor, pero parece que entre los futbolistas un ramillete de micrófonos es una oportunidad para lanzarse a tumba abierta hacia las cloacas del idioma.

Por cierto, la glosa testicular de Yeste la oí en el Teleberri. Va siendo hora de exigir a los periodistas deportivos su parte de responsabilidad en este asunto, y más siendo los medios públicos los que mayor empeño ponen en ofrecer esos nauseabundos florilegios. Pueden ser los futbolistas unos deslenguados, pero es también un imperativo moral entresacar de sus declaraciones algún breve fragmento reproducible en horario infantil. Ya no sé las veces que he oído decir en Teleberri a Mendilibar (un completo malhablado, por lo demás) que estaba muy jodido, sin que el periodista que traía la noticia se conmoviera lo más mínimo antes o después del aserto. Debería exigirse a los cronistas deportivos que no reprodujeran siempre el peor palabro vomitado por sus héroes, y a los directivos, que les aleccionaran para hablar con menor grado de indecencia.

Los directivos no son un dechado de modélicas virtudes, pero al menos los del Athletic, ya sean de extracción negurítica o peneuvítica, no dicen palabrotas en público, de modo que tienen legítimo derecho a exigir la misma conducta de sus jugadores. Y es que, ya que les gusta tanto hablar a todos del abolengo rojiblanco, convendría que éste asomara de algún modo, y como no suele hacerlo en los campos de juego, al menos que lo haga en el decoro de sus miembros. Tememos, sin embargo, que en este caso nivel de juego y de elegancia van parejos.

Pues eso, Yeste demandaba ponerle al asunto un par de huevos. Mendilibar confesaba encontrarse muy jodido. Y Clemente, en su primera comparecencia, opinaba que no puede tenerse a la defensa acojonada ni cagada de miedo. Con esta claridad expositiva se expresan los caballeros rojiblancos. Y nosotros, demudados.

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