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Columna
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La Librairie Espagnole

Hay libros que son como barcos y llevan sobre sus cuadernas las señales de una larga travesía. En 1976, cuando yo cursaba el último año de bachillerato en el Instituto Valle-Inclán, llegó hasta mí una edición de la Historia de España de los siglos XIX y XX de Manuel Tuñón de Lara, uno de los pocos libros de aquella época en que, al hablar de la Guerra Civil, Franco aparecía como lo que fue, un general golpista y sanguinario que acabó con la legalidad republicana a golpe de bayoneta sembrando las cunetas de muertos.

El libro llevaba el sello de la Librairie Espagnole de París, que se hallaba en el 72 de la rue de Seine y estaba bastante manoseado, con los márgenes llenos de anotaciones casi ininteligibles escritas a lápiz con una letra minúscula. Recuerdo una que marcaba el final de un capítulo con unos versos de César Vallejo: "Y cuando nos encontraremos con los demás / al borde de una mañana eterna / desayunados todos"... Durante mucho tiempo alimenté toda clase de fantasías sobre el autor de aquellas anotaciones, pero nunca llegué a descubrir su identidad.

Ahora, 30 años después, veo en el periódico una imagen de la librería de mis sueños. Es un pequeño local con la puerta acristalada y un escaparate lleno de fotografías en blanco y negro. En la puerta, sentado en un taburete, se halla Antonio Soriano, el librero antifranquista que la convirtió en un refugio para perdedores en el mismo corazón del barrio latino y que acaba de morir en París. En la foto aparece como un hombre ya mayor, pero todavía atractivo con la frente despejada y un tabardo de invierno con el cuello de piel para protegerse de las humedades del Sena. Durante la dictadura la pequeña trastienda de su librería funcionó como una verdadera embajada de la España republicana. Una se imagina lo que debió de ser este local lleno de estantes atiborrados de libros, con olor a cafetera de hornillo y a papel impreso y con grandes cristaleras sobre las que ha ido pasando el tiempo.

Allí se podía conseguir títulos prácticamente inencontrables, se publicaban textos prohibidos, se intercambiaban recuerdos, noticias, ideas... y se discutía sobre la crisis inminente del régimen. "El optimismo nos inducía a creer ingenuamente que Franco tenía los días contados", explica Juan Goytisolo, que era habitual de las tertulias y que publicó sus novelas de aquella época en el sello editorial de la librería, como La Resaca, encuadernada en tela con elegantes hojas de guarda que conservan la exquisitez de las ediciones más cuidadas. Por el nº 72 de la rue del Seine fueron pasando todos: Ana María Matute, Blas de Otero, Alberti, Buñuel, Picasso, Camus, que nunca se olvidaba que su madre era menorquina, Cortázar con barba crecida y ojos de niño, García Márquez... rostros en blanco y negro pegados en el escaparate como peces en una pecera.

Hubo un tiempo en que los españoles que viajaban a París pasaban por la librería para saber de amigos con los que habían perdido el contacto, para encontrar a familiares, hijos, abuelos... o simplemente para ser capaces de mirar hacia dentro de sí mismos. Antonio Soriano fue recogiendo muchas de estas voces en Exodos, una historia oral del exilio republicano en Francia.

A veces sueño que salgo de este local con un sonido de campanilla en la puerta y, antes de perderme en la niebla, me asalta la misma sensación de misterio de aquellos versos de Vallejo que en mi libro de aquella librería de París garabateó un desconocido.

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