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Tribuna:CRÓNICA INTERNACIONAL
Tribuna
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El Roto: una gloria venérea

Rafael Gumucio

OFICIALMENTE EL ROTO es la quintaesencia del pueblo chileno, algo así como el chulo madrileño, el pelao mexicano, o el titi parisino. Una mezcla siempre explosiva de coraje e ingenio, que es incesantemente celebrado y homenajeado por las autoridades. Así el roto, heroico soldado de todas las guerras chilenas, tiene su estatua y su día de festividades.

Pero "roto" es también un adjetivo altamente descalificativo, una forma sintética de clasificar a una persona en el último escalón de cualquier escala social.

Joaquín Edwards Bello, escritor, columnista y jugador empedernido, pensaba que no había mejor manera de entender el sentido de las mareas y las olas que desde el fondo mismo del océano, ahí donde la luz del sol y la tibieza del mar no pueden distraernos. Así, este dandi del Tercer Mundo instaló los personajes de su novela más importante en un prostíbulo llamado La Gloria, un lugar de mala muerte en que el sexo y el asesinato se confunden en una misma tibia penumbra.

El Roto, publicada por primera vez en 1920 y corregida incesantemente por el autor hasta su muerte, no disimula en ningún momento su carácter programático y didáctico, propio de un digno heredero de Émile Zola.

Así, como buena novela naturalista, la trama de El Roto está llena de fatalismos y determinismos sociales, sazonados de toda suerte de digresiones políticas, urbanísticas, musicales y morales.

En un tono que nunca sale del esperpento (con momentos de ebriedad rabelaisiana), Edwards Bello nos cuenta las desventuras del niño Esmeraldo, hijo de una pianista de prostíbulo que, sólo para ganar la admiración de sus compañeros de juego, se confiesa culpable de un asesinato que no cometió.

El monótono desfile de horrores es interrumpido por la figura de un periodista que intenta salvar al niño de su propia degradación. Éste, confusamente, termina por matar a su redentor.

El naturalismo es, ya se sabe, un dogma estético destinado una y otra vez al fracaso, aunque sus fracasos pueden ser a veces tanto o más bellos que los logros de la literatura fantástica. Quizá porque los sueños de los hombres son mucho más banales que sus vidas. El Roto es otro caso del grandioso fracaso naturalista que a partir de olvidables principios estéticos y misiones morales deja tras de sí una novela inolvidable. En ella, Edwards Bello censura la sensualidad, la violencia, la amoralidad de sus personajes, dejando que su prosa se vuelva no pocas veces sensual, violenta y amoral.

La novela devela la profunda ambigüedad con que Edwards Bello enfrentaba el tema de la miseria. Culto y aristócrata, bisnieto del muy civilizado Andrés Bello, Edwards Bello quiere ser el redentor del prostíbulo, el civilizador de un país caníbal y caótico. Pero ese prostíbulo y esa miseria no le son tan ajenos a Edwards Bello como quisiera creer. En un lugar parecido a La Gloria el aristócrata arruinado pasó meses de su vida arrancando de las deudas y de las víctimas de su pluma.

Los rotos de la novela, marginales incluso para los obreros, despreciados por los proletarios, se encuentran con este otro desheredado de su clase, con este otro despreciado, por este otro paria que era Edwards Bello. De este encuentro nacen las chispas de una súbita comprensión. Una comprensión que le hace llegar a la arriesgada conclusión de que este prostíbulo alejado de la mano de Dios, lejos de cualquier piedad o salubridad, es lo mejor y lo más puro de la sociedad chilena. Una complicidad que llevará a Edwards Bello a despreciar a su clase, casarse con una camarera, y a abandonar toda ambición de hacer literatura solemne y seria para matarse muy cerca de la estatua del Roto chileno.

Esa manera de admirar y detestar la marginalidad de Edwards Bello está en el centro mismo de la literatura chilena. Manuel Rojas y sus ladrones de baja estofa, Carlos Droguett y sus deformes marginales, José Donoso y sus caserones oscuros llenos de hermafroditas o las voces de Pedro Lemebel y Diamela Eltit, para bien y para mal en las letras chilenas, a partir de Edwards Bello, para el escritor chileno, la gloria siempre será venérea.

Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970) es autor de las novelas Memorias prematuras y Comedia nupcial.

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