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La Europa social / 5
Columna
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Un punto de apoyo

Cada día es más difícil diferenciar las opciones políticas de la derecha y las de la izquierda convencional. La razón fundamental es que los núcleos ideológicos y las propuestas programáticas de unos y otros, si nos olvidamos de los flecos y nos quedamos en la trama sustantiva, son casi indistinguibles. Sólo un ejemplo. Derecha e izquierda tienen en la forma de organización socioeconómica de cada comunidad el soporte esencial de su diferenciación. Capitalismo y socialismo son las dos grandes formaciones que han gobernado los últimos 250 años de la historia occidental. Pues bien, hoy hemos perdido uno de los dos términos de la alternativa y nos hemos quedado sólo con el capitalismo. Arrumbado el socialismo como hipótesis para hacer posible la vida social de los colectivos humanos, nuestra única elección consiste en privilegiar una de las tres variantes de la modalidad de producción, consumo y acumulación de riqueza de que disponemos: la que encarna el capitalismo norteamericano, la del europeo o la del asiático. La primera tiene en el conservadurismo liberal su expresión política, la europea ha encontrado en el social-liberalismo su portavoz más coherente y la asiática que todavía no ha perdido la versatilidad ni se ha decantado por un tipo u otro de valedor político. Todos estamos pues condenados más o menos gozosamente, al capitalismo y nosotros europeos al social-liberal al que Tony Blair, con su escuadrón ideológico capitaneado por Anthony Giddens, David Held, etcétera, están limpiando de escorias públicas y sociales y hermanándolo para la mejor satisfacción de sus afinidades euroatlánticas y de su tradición privatista, al modelo anglosajón.

¿Qué cabe hacer para reforzar el modelo europeo de capitalismo y evitar que nuestra izquierda institucional bascule desde el social-liberalismo al conservadurismo más liberal? ¿No es posible pensar en una modalidad menos insolidaria de crear riqueza? ¿Es que la dominación férrea del capital financiero y la ausencia de cualquier control democrático son indisociables de toda actividad capitalista? ¿Es imaginable otro tipo de gestión empresarial? Pienso que sí y que lo que llamamos economía social que hace sonreír a los pretendidos científicos de esta rama del saber, sobre todo los pasados por Chicago, puede ser un importante punto de apoyo inicial. En el estudio realizado en 1997 por Eurostat, en colaboración con la DG XXIII de la Comisión Europea, con el título de El sector cooperativo, mutualista y asociativo en la Unión Europea se comprobó que el número de personas activas en la economía social de la Europa de los Quince rondaba los 250 millones, de los cuales 54 trabajaban en 104.000 cooperativas, 96 en cerca de 1.400 mutuas y casi 100 millones en más de 100.000 asociaciones. La escala que refleja la importancia de su actividad sitúa en primer lugar a las cooperativas con 1.260.000 millones de euros, luego a las asociaciones con 144.000 millones y finalmente a las mutuas con 76.000 con un conjunto total de casi 1.500.000 millones de euros. En cuanto a los empleos, y siempre según Eurostat, en la Europa de los Quince superaban los cinco millones de puestos de trabajo, de los cuales las asociaciones representaban la parte principal. Lo que debe retenerse en virtud de estos volúmenes es que excluyen las sonrisitas de desprecio conmiserativo de los sabios de la Escuela de Chicago. Más allá de esta somera cuantificación y a los efectos de nuestra búsqueda de alternativas al capitalismo que funcionen lo que hay que señalar es que este Tercer Sector más que la economía solidaria representa una verdadera economía de interés general que intenta responder, gracias a los servicios que ofrece, a las necesidades sociales fundamentales que se vive a sí misma como una economía participativa que convoca con la misma legitimidad a los asalariados, a los usuarios, a los gestores de la empresa y a los simples ciudadanos y que considera el ejercicio democrático -una persona, un voto- como su primer principio fundador, sustituyendo la obsesión del lucro por el valor social añadido. El cumplimiento personal con el desarrollo de la personalidad de cada cual y la total independencia de los poderes estatales y políticos cierran el marco de un sistema, el de la economía social, que desde la absoluta carencia de propuestas de todo tipo en que nos encontramos, puede ser un alentador punto de partida.

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