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10 días para convencerse de la falta de apoyos

Pasqual Maragall ha tardado 10 días en convencerse de que no contaba con el respaldo de sus socios políticos para llevar a cabo su tan ansiada y anunciada remodelación gubernamental. Fue en la noche del lunes en una reunión que mantuvo, en un conocido hotel de Barcelona, con los dirigentes de las formaciones del tripartito: el socialista José Montilla, el republicano Josep Lluís Carod Rovira y el ecosocialista Joan Saura.

Con anterioridad, la plana mayor del Partit dels Socialistes, Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya ya se había conjurado para frenar las intenciones del presidente de la Generalitat. El mensaje del tripartito era inequívoco: nada de recambio de nombres, ni mucho menos un reajuste de la estructura del Gobierno y jamás cualquier movimiento que pueda romper el actual equilibrio de fuerzas en el seno del tripartito. A lo sumo, acordaron aplazar cualquier decisión hasta diciembre, una vez aprobados los Presupuestos Generales del Estado y los de la Generalitat.

La rocambolesca operación de Maragall empezó el viernes 14, cuando convocó a Carod en su despacho para entregarle una nota manuscrita con la nueva estructura del Ejecutivo. Cambiaban nombres. Desaparecían departamentos. Esquerra perdía poder. Ernest Maragall, hermano del presidente, asumía la cartera de Universidades. Pero, sobre todo, Carod no tenía lugar en la nueva organización. Y todo ello, tras el éxito de la aprobación del nuevo Estatuto, con el que el Gobierno catalán había salido reforzado, y a menos de cuatro días del inicio del debate parlamentario de política general.

Alarmas en el tripartito

José Montilla, primer secretario del PSC y hacedor del Pacto del Tinell, por el cual se fraguó el Gobierno catalán, se enteró de las intenciones de Maragall la noche del viernes por una llamada telefónica del republicano Joan Puigcercós. La publicación el sábado de la noticia en un periódico de Barcelona hizo saltar las alarmas en el tripartito, que, en un notable ejercicio de cohesión, le hizo llegar a Maragall que se olvidase de sus planes.

Pero el presidente, y sobre todo su entorno en el Palau de la Generalitat, insistían en realizar los cambios, y así lo expresó públicamente en el debate en el Parlamento catalán, para sorpresa de la bancada de izquierda. El viernes siguiente, en un almuerzo en La Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero, Montilla, Alfredo Pérez Rubalcaba, Carod y Puigcercós evidenciaban su preocupación por las formas de Maragall. A esa hora, el presidente reiteró en una emisora de radio local sus propósitos. Fue la gota que colmó la paciencia de socialistas, republicanos e Iniciativa, hasta que en la noche del lunes se plantaron ante Maragall.

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