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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

París napoleónico

¿Cómo justificar un nuevo libro sobre Napoleón en medio de un océano bibliográfico que cuenta ya con más de seiscientos mil títulos? ¿Qué puede aportar al debate después de la obra de Pieter Geyl (Napoleon for and against), que en 1949 recogía las valoraciones del personaje hechas por los estudiosos franceses? ¿Qué puede añadir de original a la excelente biografía para todos los públicos publicada en 1996 por Geoffrey Ellis y traducida en España en el año 2000?

Autor de algunos libros sobre la carrera militar de Napoleón y de otros sobre la historia de París, Alistair Horne, que sin duda conoce muy bien la bibliografía sobre el personaje y su época y que escribe en una prosa muy sugestiva dotada de gran capacidad de comunicación, ha optado, como modo de singularizar su libro, por el tono menor, es decir por la combinación entre el tratamiento breve de los temas de primera magnitud y el despliegue de un amplio y bien seleccionado anecdotario sobre el hombre y su entorno, con una especial dedicación a la renovación arquitectónica y a la vida cotidiana de la capital francesa, quizá con una cierta inclinación por la vida mundana. De todo ello surge un atractivo, ameno y bien fundamentado libro de divulgación.

EL TIEMPO DE NAPOLEÓN

Alistair Horne

Traducción de Juan Manuel Ibeas

Debate. Barcelona, 2005

254 páginas. 13,50 euros

Así, el texto recoge, por un

lado, los hechos mayores del Gobierno napoleónico, añadiendo algunas pertinentes estimaciones sobre su talento militar y sobre su papel decisivo en la institucionalización de las conquistas revolucionarias: la primacía de la Constitución, la separación de los poderes, la igualdad de todos ante la ley, la garantía de los derechos individuales y la proclamación del Estado laico y tolerante con las creencias de los ciudadanos. En este contexto, el autor pone el acento, con buen criterio, en las reformas administrativas y en la promulgación del famoso Code Napoléon. Y, del mismo modo, ensalza sus creaciones en el ámbito científico minimizando, en cambio, los logros en el terreno de la literatura y el arte.

Por otra parte, y en paralelo a estas cuestiones, el libro se ocupa del style Empire, con su majestuosa severidad de inspiración romana, pero también con los aditamentos exóticos del retour d'Egypte. Del mismo modo, atiende con fruición a la eclosión de los placeres de la época, que oscilan desde el comedimiento del salón de madame Récamier en la Chaussée d'Antin, donde se dictaban las normas que debían regir la decoración interior, el mobiliario, la vestimenta y la gastronomía de los parisienses, hasta el mundo más alegre de una sociedad "frívola y medianamente corrompida" que se expresaba en el paseo (amenizado con paradas para tomar helados en Frascati o en el Jardin du Turc), el baile y los espectáculos teatrales, donde lucían las vedettes mademoiselle George y mademoiselle Duchesnois.

Para el final quedan las impresiones causadas por Napoleón en sus contemporáneos. El autor recoge muchas en las que late un sentimiento ambiguo, otras francamente adversas y algunas particularmente elogiosas. En general, sin embargo, todas parecen aceptar la grandeza de Bonaparte. Si el autor cita la opinión de Thomas Carlyle (que en 1837 habló del emperador, como de "nuestro último gran hombre"), también podría haber aludido al juicio del vizconde de Chateaubriand, que había roto con Napoleón tras la ejecución del duque de Enghien, pero que le dedicaría unas significativas palabras en un célebre pasaje de sus Mémoires d'outre-tombe: "Descender de Bonaparte y del Imperio a lo que le ha seguido es descender de la realidad a la nada, de la cima de una montaña a un precipicio. ¿No ha terminado todo con Napoleón? ¿He debido hablar de otra cosa? ¿Qué personaje puede interesar fuera de él? ¿De quién y de qué puede tratarse después de semejante hombre? (...) El alma faltó al nuevo universo tan pronto como Bonaparte retiró su aliento, y los objetos se borraron desde que ya no fueron iluminados por la luz que les había dado el relieve y el color".

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