El Stan reabre heridas de guerra
El huracán despierta entre los indígenas de Guatemala recuerdos de los 36 años de conflicto armado
"Tenemos un país tan pobre, desigual e injusto que la tragedia del Stan puso en evidencia nuestra vulnerabilidad", reconoce monseñor Álvaro Ramazzini, obispo de la diócesis de San Marcos, el departamento más depauperado de Guatemala. En estos territorios del Occidente guatemalteco, los zarpazos del huracán que azotó Centroamérica dejaron indefensas a decenas de comunidades indígenas, que ya habían sido golpeadas con fiereza durante los 36 años de conflicto armado interno entre el Ejército y la guerrilla.
La angustia de las gentes de San Marcos y de tantos rincones de Guatemala se reflejaba el pasado viernes en los rostros de los habitantes de la aldea de Tajumulco. Cuando el helicóptero estadounidense Chinook se posó en el campo de fútbol, los vecinos miraban extasiados la enorme mole de doble hélice, de la que técnicos de la organización Acción Contra el Hambre descargaron una planta potabilizadora y materiales para canalización de agua donados por Cooperación Española. Era la primera ayuda que llegaba a Tajumulco y sus habitantes la recibían como maná caído del cielo.
Monseñor Ramazzini es una voz comprometida en la defensa de los más desamparados, lo que le valió el calificativo de "obispo de los pobres". Explica el obispo que en San Marcos mucha gente vive en las zonas montañosas, donde se produjeron corrimientos de tierra. Avalanchas de agua y barro desde los cerros destruyeron viviendas y anegaron poblaciones. Muchas personas viven a orillas de arroyos que con el huracán crecieron y se convirtieron en ríos enfurecidos. ¿Por qué viven tan cerca del peligro? No tienen otro lugar.
"Eso refleja uno de los problemas estructurales del país, la propiedad de la tierra", afirma Ramazzini. "Si hubiera una distribución de la tierra más justa, estas personas no tendrían que vivir en estas condiciones". La realidad en el mundo rural guatemalteco muestra que el 2% de la población es dueño del 80% de la tierra más fértil en latifundios. Debido a la concentración de la tierra en pocas manos, la gente más pobre está condenada a vivir en el altiplano, en las laderas de las montañas, con los riesgos que comporta.
En el altiplano la tierra es poco productiva y fragmentada en pequeñas parcelas, al revés de las plantaciones de café, palma africana o plátano de la costa. Muchos campesinos de las zonas altas arrendaron parcelas costeras para sembrar maíz, que con el Stan quedaron anegadas por el agua. Las autoridades admiten que si no se actúa con celeridad, la seguridad alimenticia de los habitantes de los departamentos de Occidente está en riesgo.
"Una de las enseñanzas de esta crisis es que en Guatemala no hay un plan de ordenamiento territorial, de ubicación geográfica de las zonas", subraya Ramazzini. "Al mismo tiempo", añade, "la gente no está dispuesta a cambiar de lugar de residencia. Es un factor cultural que hay que tener en cuenta".
Más de una cuarta parte del país ha sido afectada por el Stan. En 10 municipios del altiplano hay 3.000 casas destruidas. La cuestión no es sólo quién ayudará a reconstruir las viviendas, sino dónde, es decir, si hay tierras más seguras que no estén en manos privadas.
El huracán trajo el recuerdo en algunas comunidades de siniestros episodios protagonizados por el Ejército durante la guerra no declarada contra la guerrilla, que causó 250.000 muertos. En los años setenta y ochenta, la población indígena sufrió la saña de las unidades especiales que incursionaban en busca de guerrilleros. Aquellas matanzas están en la memoria de guatemaltecos como los habitantes de Santiago Atitlán, que rechazaron la presencia de soldados en labores humanitarias.
"Parece que el Ejército quiere integrarse en la vida de la sociedad civil y modernizarse. Tengo dudas de que sea real en ciertos estratos militares", señala Ramazzini, que ya recibió amenazas de muerte.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.