La guerra y el hambre fuerzan el éxodo de África
La plaga de langosta y la sequía acrecientan la huida de sus países de los 'sin papeles' que intentan entrar en España
En la valla que circunda Melilla ondean aún jirones de África. Zapatos, plásticos y restos de la ropa que los subsaharianos se dejaron en su intento por acceder a un mundo donde la sequía no condena al hambre ni las guerras diezman generaciones. La pobreza europea no es comparable a la africana. "Tenemos el derecho de tener una vida mejor, todos en África quieren venir", reivindica Rachel Mathew, de 24 años, que abandonó Benin junto a su marido en 2002 y entró en Melilla sin él hace dos meses. Rachel dejó en su país a su hijo mayor. Hace 10 días dio a luz a una niña llamada Yonaida, que significa guerrillera. Su embarazo discurrió en una chabola en un bosque marroquí, comiendo de lo que mendigaba y bebiendo agua del mar o de los charcos.
Desde que abandonan su tierra hasta que llegan al norte de África suelen pasar años
Las probabilidades de llegar a los 80 años son las mismas que en la Inglaterra de 1840
Nadie se muere de hambre en España debido a la sequía. En África, sí. La hambruna severa que amenaza a cinco millones de personas del Sahel (región subsahariana), según cálculos de la Organización para la Agricultura y la Alimentación (FAO), obedece a una letal combinación entre sequía y langostas. Hace un año, cuando una plaga de Schistocera gregaria (langosta africana) devastó cuatro millones de hectáreas en Mauritania, Senegal, Malí, Nigeria y Chad, algunos representantes marroquíes vaticinaron una intensa oleada migratoria para 2005. "No han querido brindarles la ayuda necesaria a tiempo, por lo que tendrán que pagar la factura a través del desembarco", declaraba entonces un funcionario.
Sólo en Malí, las langostas, capaces de devorar al día una cantidad equivalente a su propio peso, arrasaron un millón de hectáreas. De los 900 subsaharianos instalados hasta ayer en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Melilla, el 35% procede de allí. Ibrahim Noi Aramb y Mussa Cissoko partieron de Malí antes de que llegaran las langostas. Entre ambos dejan atrás 11 hermanos. En Malí, las oportunidades de prosperar escasean, pero las bocas siguen multiplicándose: la tasa de fecundidad es de 6,9 hijos por mujer. El descontrol de la natalidad tampoco contribuye a aliviar la miseria en el África subsahariana, donde nacen un promedio de 5,5 hijos por mujer. Así, la población se ha duplicado entre 1975 y 2003 hasta alcanzar los 674,2 millones. El 46,4% sobrevive con menos de un dólar al día, según el Banco Mundial.
En un congreso celebrado en Valencia, el sociólogo Sami Näir anticipaba que en los próximos 25 años se registrará un "importantísimo" aumento de esta inmigración hacia Europa debido a la disgregación política, social y económica de los países subsaharianos, "excluidos de los procesos económicos de la globalización y las ayudas de los países ricos". En esta avanzadilla se encuentran Ibrahim y Mussa, que siguieron una ruta semejante por seis países (Malí, Burkina Fasso, Níger, Libia, Argelia y Marruecos) y que resumen la razón de su éxodo de forma escueta: "Pobreza". Mussa, de 23 años, trabajaba de mecánico. Ibrahim, de 20, afirma que subsistía gracias al business, un cajón de sastre en el que los subsaharianos incluyen actividades variopintas.
Desde que los subsaharianos abandonan su tierra hasta que llegan al norte de África pueden pasar años, aunque no necesariamente porque salven miles de kilómetros a pie. Las rutas migratorias están ya delineadas y jalonadas de sobornos. Con dinero no hay frontera impermeable, aunque ello les obligue a detenerse para reunir fondos. Mussa e Ibrahim, por ejemplo, permanecieron varios meses en Libia, donde los inmigrantes encuentran trabajo con facilidad y reponen el dinero que les permitirá superar las dos fronteras que aún se interponen en su camino hacia Europa: las de Argelia y Marruecos. A veces desandan. "Desde Tánger me deportaron a Oujda, mis peores momentos han sido en Marruecos, no les gustan los negros", censura Ibrahim.
"La gente ya no aguanta más en países sin esperanza de vida". Es la primera razón que cita Yonaida Sellam, presidenta de la asociación Intercultura, para explicar la presión migratoria. "Es gente bastante joven, preparada y sin expectativas en sus países, que buscan un falso paraíso en Europa", describe. La segunda razón que justifica el desvío hacia Melilla y Ceuta de los flujos de subsaharianos es el refuerzo policial en el Estrecho y Canarias. Mientras el año pasado, se contabilizaron dos intentonas masivas de saltar las vallas de Melilla, en estos 10 meses se han registrado 30, según el delegado del Gobierno, José Fernández Chacón. La ciudad recibió oleadas similares a mediados de los noventa, cuando se produjo otra sequía en África. Entonces se levantó el actual vallado. El África subsahariana, además, es una de las regiones geográficas en retroceso, donde se ha agrandado la brecha entre países ricos y pobres. Las probabilidades de vivir hasta los 80 años en esos países son similares a las que existían en Inglaterra en 1840, según un informe sobre desarrollo humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) de 2005. Alguien que nazca en Burkina Fasso puede esperar vivir 35 años menos que en Japón, añade el informe. "El problema es la pobreza", afirma Boubocar Sy, de 27 años, que trabajaba de albañil en Guinea Conakry. Boubocar es uno de los 60 africanos de Guinea Conakry acogidos en el CETI, donde conviven 1.100 personas de 26 nacionalidades. La mayoría procede de Malí (318), Argelia (135), Camerún (96), India (93), Guinea Bissau (68) y Costa de Marfil (54), donde el conflicto bélico ha provocado el desplazamiento de medio millón de personas.
Pero no sólo la guerra -el 40% de los conflictos mundiales se concentran en África, según el PNUD- o el hambre mueven a la población. De igual forma que la miseria africana penetra en los hogares europeos, la opulencia del Norte invade de imágenes los países del sur. "Yo creo en el efecto salida y el efecto parabólica", indica José Santed, el director del CETI de Melilla. "La principal causa es la diferencia de vida entre el lugar del que vienen y al que van", expone.
El CETI, con capacidad para 480 plazas, acogió al triple de personas en el momento más grave de la crisis de las vallas. "En 72 horas pasamos de 600 a unos 1.600 inmigrantes", revive Santed. La gestión resultó modélica y, con diversos refuerzos, se desplegó un dispositivo que permitió ofrecer comida, cama y curas en poco tiempo. En el despacho de Santed hay un ejemplar de La ley de Murphy donde se lee su clásico principio: "Si algo puede salir mal, saldrá mal". "Y sin embargo salió bien. Salvo una noche casi nadie durmió a la intemperie", comenta, casi sorprendido por el fracaso de la predicción, no muy lejos de la doble valla que trata de detener las necesidades de África.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.