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Columna
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Profetas

Hay estos días pasión, palpitación y trepidación a propósito del proyecto de nuevo Estatuto catalán. Unos temen por la unidad de España, otros se limitan a vaticinar la quiebra del sistema de recaudación y distribución de fondos del Estado. Muchos ven la Constitución en peligro. Pero, hasta el momento, el nuevo Estatuto, con el apoyo del 88,8% de los parlamentarios catalanes, avanza dentro del más estricto respeto al artículo 147.3 de la Constitución, que trata de la reforma de los Estatutos. El sistema funciona y, cuando el proyecto catalán pase por las Cortes, la gran mayoría de los diputados ya ha dicho que velará por el cumplimiento de la Constitución. Y esto es lo que espera el Parlamento andaluz, según votó en pleno el jueves pasado.

Aunque las normas estén siendo acatadas, resulta un poco intranquilizadora nuestra necesidad nacional de vivir en insistente estado de reajuste o refundación radical de la convivencia. El momento de inquietud sirve para que una ruidosa parte del país anuncie próximos cataclismos españoles a cuenta de Cataluña. El colapso de España se vaticina con tanto fervor que casi parece un deseo. Ya, en enero de este mismo año, el Wall Street Journal preveía alegremente la balcanización de España, y, este 12 de octubre, día de la Fiesta Nacional, monseñor Martínez, arzobispo de Granada, predicaba en su archidiócesis que, si se rompe España, habrá sufrimiento.

Al 12 de octubre se le llamaba antes día de la Hispanidad, o de la Raza. En Granada, entendida como cuna de la Hispanidad, la fiesta se celebra especialmente, con desfile cívico-militar que acaba en ofrenda ante la tumba de los Reyes Católicos, en su capilla anexa a la catedral. Estos reyes forjaron la unidad de España bajo la advocación de una sola fe. Si se rompe España, habrá una inmensidad de sufrimiento, predicó el arzobispo, muy cerca de los Reyes Católicos. Monseñor Martínez elogió la tradición española, grande gracias a la fe católica, según Monseñor. Es, creo, una tradición de grandes sufrimientos civiles.

Mientras la mayoría del Parlamento andaluz exigía el jueves respeto a la Constitución en el Estatuto catalán, el solitario PP, que no votó con la mayoría, acusaba de inconstitucionales a los socialistas que pedían respeto a la Constitución. Así recaía el PP en su tendencia a declarar fuera de la ley a todo el que no vota con el PP. La situación es confusa, como todo calentamiento emocional, pero a la desorientación contribuye bastante el partido socialista. Los diputados socialistas de las provincias catalanas ¿tacharán de inconstitucional en el Congreso lo que su partido consideraba estupendo en el Parlamento de Cataluña? ¿Pueden los socialistas opinar una cosa en el Parlamento regional y otra, absolutamente distinta, en el nacional? Estas incoherencias crean en los ciudadanos una sensación de inconsistencia, de inseguridad fundamental en el sistema. Y entonces empiezan a tronar los profetas, con su conocimiento sobrenatural del pasado futuro y su capacidad de emocionar al pueblo.

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