La alambrada y la conferencia de Barcelona
Deseaba presentarse José Luis Rodríguez Zapatero a la Conferencia Euromediterránea que se celebrará en noviembre en Barcelona con la propuesta sobre diálogo de civilizaciones y acercamiento entre el norte y el sur, pero los acontecimientos de Ceuta y Melilla no auguran el mejor escenario para dichas propuestas.
El Gobierno español, deseando acabar con algo que es de alguna manera irresoluble, ha tensado equivocadamente la situación levantando las vallas, exigiendo a Marruecos que despejara la zona de subsaharianos. Entre la imagen del guardia civil que se lanza al agua desde una patrullera para salvar a un inmigrante que se ahoga y la del que grita con un palo: "¡Negro, vete para atrás o te hundo esto en la cabeza!", o la de varios agentes pateando a un subsahariano en el suelo, va un abismo; entre la imagen de los marroquíes devueltos por Algeciras tras llegar en patera y la de los subsaharianos abandonados en el desierto hay otro abismo.
El problema de la valla se ha convertido en un escándalo internacional sobre la manera de gestionar las migraciones
La Conferencia Euromediterránea de noviembre debía continuar el proceso de Barcelona iniciado ahora hace 10 años, que pretendía tender puentes entre las dos orillas del Mediterraneo. Uno de sus temas era la cooperación y la gestión de las migraciones, pero en las semanas anteriores una problemática que viene de lejos y con la que coexistirán Ceuta y Melilla, por estar donde están, ha convertido un problema de entrada de subsaharianos totalmente sostenible para España en un escándalo internacional sobre la manera de gestionar las migraciones y la ayuda a quienes huyen del hambre y la guerra.
Digo que la situación de Ceuta y Melilla era plenamente sostenible, ya que en un país al que llegan más de un cuarto de millón de inmigrantes sin papeles al año, la mayoría de los cuales acabarán regularizándose al cabo de dos o cuatro años al absorberlos el mercado laboral, los que vienen en pateras o saltando por Ceuta y Melilla no significan ni el 5% del total. La mayoría de los inmigrantes irregulares entran por la frontera de Francia o por los aeropuertos, como es el caso de los ciudadanos bolivianos que llegan a Barajas como turistas y no abandonan ya España.
El Gobierno español ha tensado equivocadamente la cuerda en Ceuta y Melilla, y ha provocado una situación mucho peor de la que pretendía enmendar. En lugar de exigir a Marruecos que acabara con las pateras de menores marroquíes que las mafias traen a España con la promesa de que, al no poder ser expulsados, una vez regularizados reagruparán a la familia, exigió mano dura con los subsaharianos. ¿Saben cómo se denomina vulgarmente a un subsahariano en Marruecos? Aazi, que significa esclavo. Y como tales, como ganado, los trató para complacer a España.
Ceuta y Melilla soportaban desde hace años la entrada de entre 80 y 200 subsaharianos al mes. Unos saltando, otros por el mar. No podían ser devueltos a su país, y cuando el centro de estancia temporal se saturaba, eran enviados a la Península. Tarde o temprano se regularizaban y, a diferencia de los menores marroquíes no acompañados, no generaban conflicto social en los lugares en que se establecían. Eran una minoría frente a esos 300.000 irregulares que desde 1999 llegan a España cada año. Llegan y se quedan, dado que por una simple formula matemática han de quedarse; considerando la pirámide de población y el actual rit
mo de crecimiento económico, del 3,4%, la creación de empleo en sectores que los españoles rechazan hace que se establezcan aquí, en lugar de buscar suerte en otros lugares de Europa.
Pero en España la clase política, en lugar de reconocer que tantos inmigrantes son necesarios para garantizar el crecimiento económico y el bienestar, sólo da papeles por los cupos a 30.000, mientras agita la bandera del peligro de la invasión o repite que no caben pese a que la economía y la sociedad los demandan.
Lo que ha ocurrido en Ceuta y Melilla desde el pasado mes de julio es esto: España convence a Marruecos para que acabe con los subsaharianos que llegan en patera o por Ceuta y Melilla. Miles de ellos rondan durante años por el norte de Marruecos esperando colarse en un barco, conseguir que la familia les mande por Western Union el dinero para pagar la patera o saltar gratis las vallas. La policía marroquí obedece y se ensaña aleatoriamente con ellos y les quita el dinero. Por eso se incrementan los saltos. Acto seguido, ante el aumento de de los saltos, acelerados por la represión contra los aazi, quienes tal vez hubieran tardado meses en saltar o coger la patera, deciden hacerlo ahora. Y el inicio de la ampliación de las vallas motivó que se dijeran todos: "Saltemos ahora o nunca".
Pese a que momentáneamente acaben los saltos, la presión de la inmigración seguirá. España muestra a la orilla sur del Mediterráneo su peor cara, Europa se siente incómoda por las malas maneras de España y Marruecos a la hora de afrontar el problema, y los países del sur que han seguido los hechos día a día por televisión toman nota de la sensibilidad humana del Gobierno cuyo presidente habla de solidaridad, puentes y alianza de civilizaciones. En este contexto y con este escenario, gobiernos, asociaciones, expertos y ONG se encontrarán dentro de unos días en Barcelona.
Xavier Rius-Sant es periodista.
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