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Columna
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Formación de personal

Que don Sigfrido Herráez, que era hasta hace unos días concejal delegado de Vivienda del Ayuntamiento de nuestra Villa, haya sido requerido como vicepresidente del grupo inmobiliario Rayet para dirigir sus áreas de construcción y promoción inmobiliaria, demuestra el buen ojo del alcalde a la hora de elegir personas verdaderamente eficientes para las misiones que le son encomendadas. Que el mismo don Sigfrido sea el responsable regional de Vivienda de su partido, indica no sólo la buena conexión existente entre el jefe del Consistorio y la cúpula del PP en Madrid, sino el celo coordinador de su organización en su muy mimada política de vivienda. Y que la ley no impida que la eficiencia en la cosa pública se traslade a la empresa privada para su mejor funcionamiento, aumenta el prestigio de lo público y forma parte del loable apoyo que a la iniciativa privada se puede prestar desde las instituciones.

La política municipal es un buen observatorio de todas las posibilidades, incluida la de negocio, con lo cual no sólo constituye una escuela de políticos, también de business. Por eso me imagino a don Sigfrido escandalizado ante unos compañeros de Corporación que, en lugar de felicitarle por su nuevo cargo, esgrimen falta de ética; orgullosos deberían estar tanto del esfuerzo de don Sigfrido para aprender en la Corporación como de la aportación del Ayuntamiento a una fuente de riqueza, aunque no sea para todos, como es la construcción. Y si no le sorprende la actuación de las portavoces socialista y de IU, porque comprende que les quedan residuos de la vieja izquierda que no acaba de entender la sensibilidad neoliberal y, en consecuencia, la ética que la caracteriza, sí le extraña la de su alcalde y correligionario y, aún más, la del secretario de su partido en la región que se dio 10 días para decidir si lo destituye. No obstante, debe haber supuesto un alivio para don Sigfrido que el PP se dé esos días para pensar si les interesa o no tener al frente de su política de vivienda a un hombre tan atareado en otra sociedad, aunque sea en los mismos asuntos, y tal vez abrigue la esperanza de que sopesen las ventajas y los inconvenientes que supone mantener esta conexión del PP con el sector. Como cualquier buen partido, no debe abandonar sus criterios de empresa.

Bien es verdad que en este punto no se le escapará a don Sigfrido que la organización política a la que pertenece tiene amigos en Rayet y en muchas otras empresas de la construcción que podrían mostrar sus celillos, sin descartar los del propio Romero de Tejada. Pero no acabará de entender que Trinidad Jiménez llame "escándalo político" al inocente cambio de trabajo de un concejal de Vivienda, como si no recordara la edil lo que con los ladrillos por medio fue uno de los mayores escándalos de la democracia: dos incompetentes cambiaron en una mañana de ideología, de voluntad, de vergüenza y no sé si de cuenta corriente, e hicieron volver a las urnas a los ciudadanos de Madrid. Y menos mal, dirá don Sigfrido, que al volver los ciudadanos a las urnas, gracias a los prodigios inmobiliarios, la presidenta resultante fue Esperanza Aguirre. Decididamente, para él, la señora Jiménez es una exagerada al hablar de esto como de un escándalo, sabiendo como sabe de tantos chanchullos de la piedra y el cemento a precio de oro en tantos ayuntamientos, y queriendo ahora que el de Madrid sea menos, o sabiendo que en esta nuestra comunidad los chanchullos inmobiliarios aparecen disimuladamente en la crónica de sucesos, pocas veces en la crónica política, que al final queda en nada, y muy poco, muy poco, en la de los tribunales de justicia. En Trinidad Jiménez y en Inés Sabanés, don Sigfrido debe echar en falta experiencia de gobierno. Sin embargo, está dispuesto a pagarle unas clases a Esperanza Aguirre con estas señoras para que aumente sus conocimientos en materia de exageración.

Porque don Sigfrido no ignora que exagerar la realidad que no nos gusta es más propio de quien ejerce la oposición que de quien gobierna, pero estando más dedicada la señora Aguirre a la oposición a Zapatero que al gobierno de Madrid puede que le convenga adiestrarse en la desmesura, caso de que le fuera necesario, para la que es ahora su principal labor. Aguirre sería capaz de insinuar que Zapatero algo tuvo que ver en el nuevo trabajo de don Sigfrido, si no fuera porque de la investigación que haga el PP se desprenderá al fin que don Sigfrido no sólo actuó de acuerdo con la ley, sino con la modernidad, que tiene sus peligros de ser corrupta.

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